jueves, 18 de junio de 2009

La pérdida de valores

Si hay algo que está latente en esta Sociedad que entre todos hemos engendrado es la novelería. Abandonamos a su suerte lo equilibrado, sustancial y verdadero, para rendirle pleitesía a lo efímero, insustancial y falso. Novedosas cometas al aire que miramos embelesados, mientras algunos politiquillos de tres al cuarto, los mercaderes o los falsos profetas nos roban la cartera y la dignidad. Al hablar de la sufrida crisis económica se ha puesto de moda un latiguillo que dice:..”y lo que es peor, aparte de lo económico todavía es más grave la pérdida de valores”. ¡Toma ya!. ¿Y eso cuando y cómo ha ocurrido?. ¿Ha sido de la noche a la mañana?. ¿Quién o quiénes son los responsables?. ¿La Sociedad en su conjunto, o unos más que otros?. ¿Cómo pudo perder su ética quien nunca la tuvo?. ¿Dónde se buscan los valores que se nos fueron?. ¿En las dependencias municipales de objetos perdidos¿. Se “argumentará” que todos somos responsables. Es decir: si un vecino tira los muebles viejos a la calle y otro llama para que los retiren, los dos son incivilizados. Si un político, un profesor, un juez o un médico cumplen decente y responsablemente con sus funciones, ¿los equiparamos con los que navegan por los mares de la rapiña, la prevaricación o el pasotismo?. No es por tanto de recibo repartir responsabilidades y culpas entre tirios y troyanos (sin premio).

Una de las mayores aportaciones del cristianismo a la civilización accidental ha sido –o era- el concepto de Familia. Es más, puedo citar hasta cuatro ilustres filósofos de tendencia izquierdista –marxistas de antaño- que reconocían las importancia del concepto cristiano en la configuración familiar. Era una estructuración piramidal donde abuelos, padres, tíos, hijos, sobrinos y nietos caminaban unidos sabiéndose partícipes de un proyecto común. No había necesidad –como establece el discurso “progre”- de que los padres fueran amigos de sus hijos. Bastaba con que solo fueran padres afectuosos, sacrificados y con ejemplos edificantes que los nutriera de autoridad moral. Lo importante era –y es- que ejercieran de padres en definitiva. No busquemos la familia perfecta porque la vida no lo es. Aquellos que tuvimos la suerte de criarnos al amparo sabio y paternal de nuestros abuelos, sabemos la gran importancia que tuvieron en nuestra educación. Marcaban un punto de equilibrio familiar, que a la postre resultaba determinante para que las cosas discurrieran sin grandes sobresaltos y dentro de los cauces de la normalidad. Pero hoy ¿dónde están los abuelos¿. Solos en sus casas esperando que suene el telefono o el porterillo electrónico anunciando esperadas visitas, o todavía peor, aparcados en residencias donde en la mayoría de los casos son bien atendidos en sus necesidades, pero careciendo del cotidiano calor de los suyos. ¿Qué roce tienen con sus nietos?. Cumpleaños, navidades y pare usted de contar.

En aras de una realización personal y profesional hemos situado a la familia en un peligroso segundo plano. Lo estamos pagando muy caro. Lo triste es que cuando nos demos cuenta de que -aun siendo importante lo conseguido en el plano material o profesional- el precio pagado en lo familiar ha sido demasiado alto ya será demasiado tarde.

¿Pérdida de valores?. Más bien las consecuencias de vivir desnortados y en un islote donde solo tiene cabida el….”yo soy yo y mis circunstancias”. No intentemos retroceder el lunes al domingo, ni este pasarlo al sabado. La vida funciona siempre hacia adelante como hacen las agujas del reloj. Solo podemos mandar en lo que nos queda por vivir nunca en lo vivido. Mientras en lo político actuemos –votemos- con la nostalgia sentimental de los sueños idealistas de la juventud (ya los partidos de todo signo funcionan como empresas y los políticos como funcionarios. El idealismo pasó a mejor –o peor- vida), poco cambiarán las cosas. Nos tienen seguros, dóciles y manejables. Aquel que se salga del redil lo clasifican como un bicho raro y le cuelgan los calificativos descalificatorios más perversos. No hemos perdido los valores que entendiamos que daban sentido a nuestras vidas, nos los hemos dejado arrebatar de las manos sin hacer nada por evitarlo. Decidimos un día que solo se prospera remando a favor de corriente sin darnos cuenta que al final del río, cuando ya nos hayan exprimido el zumo de la vida, nos dejarán tristes y solos en tierra firme y se llevarán la barca y los remos. Donde digo barca pongan familia y donde digo remos pongan los momentos no vividos que nos han hurtado para siempre. ¿Valores?. Bien cerca los tenemos. Se encuentran al cultivar con esmero y cariño a la familia, los amigos, compañeros o vecinos. No se trata de ir por la vida de “buena gente”, sino de dar el primer paso por preservar aquello que consideramos merece la pena hacerlo. Saquemos del baúl de los recuerdos –sí, ese del que tenía la llave el abuelo- la decencia, la responsabilidad, la solidaridad, el afecto y la rebeldia encausada hacia causas justas. Llevemos a pasear –más pronto que tarde- por los caminos de la ilusión y la bondad al niño/a que un día fuimos. Luchemos por dejar de ser elementos manejables, cómodos y pasivos ante tanto mercader é ideólogo de mundos falsos e insustanciales. Lo que no podemos pretender es que nuestros valores nos sean devueltos por los mismos que nos los quitaron. En definitiva, nuestro mayor valor siempre estará en nuestra condición de seres humanos.

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