jueves, 4 de junio de 2009

Una de medallas

El pasado 30 de mayo, Día de San Fernando y por tanto de Sevilla, se entregaron por nuestras autoridades las medallas que se otorgan a distintas personas por los méritos contraidos ante la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Sevilla (yo añadiría algunas cosas más pero tengamos la fiesta en paz). No seré yo, pobre de mí, quien ponga en duda los méritos contraidos por los galardonados. A todos les presupongo avales sufucientes en sus distintas actividades para merecer tan alta distinción. Seguro que en sus quehaceres cotidianos habrán colaborado en engrandecer Sevilla, España o la Humanidad. Como suele ocurrir casi siempre, algunos notarán sonadas ausencias, pero quien manda manda. Aquí ocurre algo parecido al Pregón de nuestra Semana Mayor, en la que todos tenemos un candidato que pocas veces coincide con el elegido. No pasa nada. Sinceramente tal como está el patio, es meritorio que algún sevillano ejemplar muera y cuando glosemos sus virtudes podamos añadir:….” además para más gloria ni dió nunca el Pregón, ni recibió de la Sevilla oficial distinción alguna”. Lo importante siempre será su legado vivencial. Que hizo y que nos deja. Bastaría que sus futuros pacientes se beneficien del fruto de sus investigaciones. Que los ciudadanos lo recuerden simplemente como un político eficaz, tolerante, honrado y buen gestor de los recursos estatales. Quizás que sus futuros lectores se sigan emocionando con su prosa o poesía. O que cuando abandone esta tierra de gozos y penas, nos deje un mundo mas justo y solidario con su noble aportación. En definitiva, que su existencia haya calado positivamente en el alma y los sentires de la Ciudad. Ser marginado en vida e idolatrado tras la muerte forma parte parte de la idiosincracia de esta vieja y adorada Hispalis.

A estas alturas de este eterno e inacabado guión de cine serie b que reprenta la Sevilla actual, que ni Antonio Burgos ni Felipe González hayan sido reconocidos oficialmente en la Ciudad donde vieron su primera luz, es sencillamente clarificador y tremendo. Aquí prima lo “políticamente correcto” (en todos los partidos) y habrá que esperar a que “entreguen la cuchara” (cosa que deseo pase dentro de muchos años) para alabar y premiar hasta la saciedad sus méritos y virtudes (es anecdótico que Antonio Burgos goce de más consideraciones en Cadiz que en Sevilla, no es de extrañar por tanto que acuñara la famosa frase….”los gaditanos nacemos donde nos sale de los c………”).

Pues por ahí andabamos y en eso…..”apareció Alejandro”. Lo proponen para la medalla de la Ciudad, dentro de un paquete que agrupa a todos los Alcaldes sevillanos de la Democracia y vá y dice que nones. Que para él fue un honor el haber sido Alcalde de Sevilla y que este menester no requiere ninguna recompensa añadida. Que cobraba por su trabajo e intentó hacerlo lo mejor que pudo, y en el reconocimiento de los ciudadanos está su unica recompensa. Admite, como es lógico, que los demás (Uruñuela, del Valle y Becerril) están en su derecho de aceptar tal distinción, pero que él no piensa jugar este partido. Lo cierto, es que no contaban con esta valiente respuesta y los ha dejado descolocados. ¿Se trata como afirman algunos de una desaire hacia la Ciudad?. ¿Un gesto de soberbia?. Para nada. No seamos ilusos, no ha sido Sevilla por medio de la sociedad civil quien decidió premiar a los alcaldes, sino que nace de las altas esferas del Ayuntamiento. La misma que decidió en su día poner nombres de calles (o incluso de avenidas) a los mismos.


Ante esta propuesta de distinción solo cabían dos decisiones, una, el contestar con un “sí y muchas gracias” y la otra, que ha sido la que ha tomado Rojas Marcos, la de “no, gracias”. Pretender ahora desviar este legítimo pronunciamiento hacia un gesto de arrogancia o petulancia es como pretender cazar moscas a escopetazos. La gente no es tonta y además entre sus problemas más inmediatos no está estas distinciones oficialistas del: “hoy por tí y mañana por mí”.


Lo dicho, mi mas efusivas felicitaciones a los premiados, todas las distinciones son merecidas a que dudarlo, pero no “satanizemos” a aquellos, que en uso y ejercicio de su libertad individual, dicen: “¿Una medalla para mí?; ¿a cuenta de qué?, gracias, pero no la quiero. No por nada sino que aparte de no merecerla ¿quién me garantiza que dentro de unos años no terminará en el mercadillo del Jueves?. Si acaso –y aunque suene a demogogia- el mejor homenaje que podéis hacerme es conseguir que esta Ciudad despegue de una vez”.

Lo curioso es que quien le iba a decir a don Alfredo and company que – y no es un juego de palabras- el día 30 de mayo en la Ceremonia de entrega de medallas, el más presente era uno que estaba ausente. Ce la vie que dicen cruzando los Pirineos.

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