jueves, 3 de septiembre de 2009

El Dardo de la Pena.

Manolo Vega “El Carbonerillo”, extraordinario cantaor macareno muerto en plena juventud como consecuencia del mal de amores, remataba un fandango refiriéndose a la pena grande con algo así…… “esa no se vá se quea”. Bien cierto es. Cuando ya las nieves del tiempo blanquean nuestra cabeza y en nuestra memoria sentimental prevalecen grandes ausencias, aquellas penas que marcaron nuestras vidas se nos quedan inherentes a nuestro vivir cotidiano. Nos volvemos más reflexivos y valoramos lo bueno, decente y bello que nos rodea. El ser humano vive abocado permanentemente a la tragedia. Rotunda verdad es que solo los niños - cuando son atendidos en todas sus necesidades materiales y afectivas - son verdaderamente felices en su inocencia. No tienen pasado y viven intensamente el presente. El futuro no les preocupa por no presentirlo hasta la llegada de la adolescencia. La felicidad a la que todo ser humano tiene el derecho de reivindicar, más que una meta en sí misma son pequeños oasis en nuestra andadura terrenal. Buscar el ser felices es el Alfa y Omega del ejercicio de vivir.
Dice un dicho popular: ….. “disfruta de lo bueno, que lo malo vendrá solo”.

Pasear con frecuencia por los rincones de esta Ciudad hermosa y maltratada donde fuimos felices, más que un canto a la nostalgia es una manera de reivindicarnos a nosotros mismos. No somos lo que hemos conseguido, que bien está sentirnos orgullosos de nuestros logros si lo hicimos con la bandera del esfuerzo, el sacrificio y la decencia. Somos los que otros pusieron de su parte para forjarnos comos personas de bien y herederos sentimentales de esta Ciudad.
Somos un puzzle compuesto por miles de sensaciones y vivencias. Buenas, malas o regulares pero todas configurando nuestro caudal de emociones del presente. Mala cosa es cargarse a las espaldas el saco de los recuerdos e intentar caminar por la vida con él a cuestas. Así solo caminaremos de manera lenta y fatigado por el enorme peso del desamor y los ausentes. Tengamos más bien los recuerdos guardados en el cofre de nuestra Historia personal e intransferible. Conviene abrirlo de cuando en cuando y hacer balance de lo que ya nunca volverá. Vivir es caminar en la misma dirección que las agujas del reloj. Lo que nos quede por apurar siempre será lo más interesante. Contando claro está con que nuestra salud y nuestro bagaje sentimental así nos lo permitan.

La Ciudad, siempre la Ciudad, debe ser el mejor antídoto contra la melancolía y la desesperanza. Rincones que paseamos con nuestros padres o abuelos y hoy lo hacemos con nuestros hijos o nietos. Nuestra Fe que nos reconforta y nos hace libres y solidarios. Los caminos que llevan a San Lorenzo, Triana, la Macarena o el Salvador. La ilusión de estrenar en el alma y los sentidos otra Semana Santa. Lograr el penúltimo camino hacía la Ermita del Rocío. Un nuevo Corpus en otra mañana esplendorosa. El vivir la lujuria sin desmadres en otra Feria de abril. Ver y oler de nuevo la Velá de Santa Ana rescatando a aquel niño que trepaba al barco de la cucaña. Corretear en vuelos infantiles sobre la rampla del Salvador.

Vivir antes que nada pero sin dejar de soñar. Otros vendrán a tomarnos el relevo. Un día sólo seremos el eco lejano de un pregonero de melones o búcaros de Lebrija. El sonido lejano de un “afilaó” de cuchillos y tijeras. La mano temblorosa que acariciaba con mimo el despertar de los sentidos. Una mirada ilusionada tras un antifaz que nos lleva a la Gloria soñada todo un año. Parques, jardines, plazuelas y callejas de juegos infantiles y amores de juventud. Lo que fuimos, lo que disfrutamos, lo que padecimos y sobre todo lo que soñamos.

Servir de modelo y brújula para los que nos precedan. No con lecciones magistrales con las que tratamos de justificarnos a nosotros mismos. Más bien desde la cercanía y el ejemplo edificante. Esta Ciudad vieja, hermosa y sabia siempre tendrá la última palabra. Su Historia, su esplendor, su belleza, su desatino ante tanto mentecato suelto son nuestro mejor aval. Ella es la Madre poderosa y tierna que nos arrulla para que un día podamos dormir el sueño de los justos. La que siempre vela para que las gotas que emanan del Dardo de la Pena no terminen por ahogarnos. Para que un día podamos decirle:




“Cuanto te amé Ciudad de mi niñez /
de juegos, amoríos, desengaños /
fuiste testigo fiel de mi vejez /
al paso inapelable de los años /
……. ¡ Y un día ya no estaré para quererte ¡”

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