miércoles, 3 de marzo de 2010

¡To er mundo al suelo!…… menos el de la guitarra.




Con todo mi afecto para el gran macareno Antonio Centeno Fernández

Releyendo el más que interesante –y muy recomendable- blog de mi amigo y hermano en sentires flamencos, Manuel Bohórquez (La Gazapera), me encuentro con un artículo atrasado referente a unos hechos ocurridos en la Peña flamenca sevillana Torres Macarena, concretamente el pasado día 10 de febrero.

Dado que hace tiempo que estoy alejado de la cotidianidad de los aconteceres flamencos sevillanos, estaba ajeno a cuanto aquí se narra. Por las fuertes y sólidas ataduras sentimentales que me unen a esta Peña, quiero –aunque tarde- dedicarle un Toma de Horas flamenco y estupefacto.

Todo cuanto ocurra en esta querida Entidad no me puede resultar ajeno, pues en la misma me consolidé y crecí como aficionado flamenco. El buen talante, la sabiduría y el gran afecto que me dieron a espuertas tanto mi compadre del alma, don Manuel Centeno Fernández, como igualmente su hermano Antonio, fueron fundamentales en mi desarrollo jondo y humano.

El Cante –así con mayúscula- alcanza su mayor cuota de autenticidad en Torres Macarena, y se produce en su cuidado recinto la necesaria y armoniosa comunión entre artista y aficionado. Nunca se utiliza micro en los recitales para no distorsionar el discurso flamenco del que canta, baila o toca la guitarra. El respeto hacia los artistas es verdaderamente admirable, y no es cuestión baladí el que alguien la denominara la Maestranza del Cante. Por este hermoso recinto, flamenco y macareno, han pasado lo más granado del Cante y el Toque. Desde Antonio Mairena a Fosforito. Desde José Mercé a José de la Tomasa. De Fernando Terremoto a Chocolate. Inolvidables –e imborrables- las grandes noches flamencas allí vividas, guardadas amorosamente en lo más profundo de mis sentimientos flamencos. Cuando cualquier Peña Flamenca de nuestra Piel de Toro tiene un par de aficionados de relumbrón, que marcan las diferencias con el resto, en Torres Macarena siempre hubo docena y media de grandes aficionados con unos conocimientos –y vivencias- verdaderamente apabullantes (no los cito por el claro riesgo de omitir alguno).


Pues bien, a través de “La Gazapera” del crítico flamenco de El Correo de Andalucía y excelso rescatador de mundos, personajes y conceptos flamencos, Manolo Bohórquez, me entero de unos acontecimientos ocurridos en esta querida Entidad flamenca. Fue durante los inicios de una actuación de la bailaora Carmen Ledesma (de las mejorcitas que ha dado Sevilla en los últimos años). Parece ser que unos vecinos se venían quejando continuamente del “ruido” que se formaba en la Peña durante las actuaciones de los artistas en sus recitales. Ni cortos ni perezosos se presentan esa noche en el local media docena de policías locales, para parar aquella “orgía” del mejor baile que pueda darse en Sevilla. El sentimiento de estupefacción fue general, y juro que es la primera vez que me alegra de que Juan Campos, Manolo Centeno, Aurelio o Salvador Feria (almas máter de la Peña) ya no estén entre nosotros, pues se hubieran muerto del disgusto.

Según cuentan las crónicas de la Ciudad la operación policial fue bastante exitosa. Se pudo conseguir atrapar el eco ancestral de Tomás “El Nitri”, la sabiduría cantaora de Enrique “El Mellizo” y la Cabal de Silverio flotando por las paredes de Torres Macarena. En el Cuarto de Triana encontraron en un rincón tres partituras hábilmente camufladas. Una con la Soleá alfarera de Oliver, otra con los Tangos del Titi de Naranjito y la tercera con las Siguiriyas de los Caganchos. En el Cuarto de Jerez y los Puertos sorprendieron reunidos a los espiritus eternos de Juanito Mojama; la Paquera; Fernando Terremoto y Parrilla. Parece ser que los reunidos estaban esperando a la Toná romanceada de “El Negro del Puerto” y a los cantes festeros de Pansequito. Alguien –posiblemente Jerónimo Roldán- avisó a los cantaores nacidos en la Macarena o en la cercana Alameda para que se pusieran a salvo. Vallejo desde su cercana casa en la calle Padilla se marchó apresuradamente al siempre hospitalario Madrid flamenco. Caracol avisado por su padre –“El del Bulto”- del eminente peligro que corría, se marchó de gira por España, acompañado de una guapísima muchacha nacida en Jerez de la Frontera y llamada Lola. Solo hubo un pequeño desliz en la “redada” de la Peña. Fue cuando un agente se dirigió al guitarrista y le dijo “haga el favor de acompañarme”, y este ni corto ni perezoso empezó a tocar por Soleá.


La Peña Torres Macarena celebra siempre sus recitales –en Otoño-Invierno fundamentalmente- a una hora más que prudente (10 de la noche) y los mismos nunca sobrepasan la hora y media en su desarrollo. Es decir que tirando largo a las once y media -más o menos- se acaban los mismos. Luego se intenta –como pasó siempre- que las gentes mantengan la compostura (por otra parte recomendación innecesaria, pues los socios de Torres Macarena saben de sobra lo que representa en Sevilla esta Entidad flamenca).


Esto es lo que hay y nadie puede extrañarse de la situación que estamos viviendo en nuestra maltratada Ciudad. La misma que emulando a Alfonso Guerra podríamos decir que: “ya no la conoce ni la mare que la parió”. Cuando en Sevilla a los toreros se les llama impunemente asesinos. Se ataca a la copla por sus reminiscencias franquistas(¿). A las cofradías la denominan jueguecitos callejeros de meapilas obsoletos y reaccionarios tradicionalistas. ¿Debe alguien extrañarse de que al Cante Flamenco le llamen “ruido molesto”?.

Vivimos malos tiempos no solamente para la lírica sino lo que es peor: para mantener en pie nuestras más nobles tradiciones. Es lógico reivindicar el derecho al descanso, y hacer uso de las libertades en la dirección que a cada uno le dictamine sus creencias, o su manera de navegar por el río de la vida. Todo siempre con la tolerancia y el respeto hacia los demás por bandera.


Poco que añadir sobre el amplio abanico de posibilidades que pueden –y deben- asumirse en libertad. Todo dentro de una democracia que fuera verdadera y no esta pantomima que padecemos. Están de continuo satanizando a aquellos que tienen sensibilidades distintas a las suyas y, lo paradójico, es que lo hacen desde algo vacío y contradictorio a lo que llaman: la Progresía.

La calle Torrijiano es la calle más flamenca de Sevilla porque allí está ubicada la Peña Torres Macarena. Sus antiguos vecinos siempre estuvieron integrados cariñosamente en la Entidad. Formabam parte de la misma sin necesidad de ser socios. Hoy parece ser que ya las cosas no son lo que eran. Toda persona tiene derecho a reivindicar su derecho al descanso. Pero cabría preguntarse: ¿el único ruido molesto que hay en la Macarena es el Cante de su Peña?. Bien que lo lamento en el alma. Quedan muy pocas cosas en Sevilla con la aureola de la autenticidad y enmarcadas en nuestras más nobles tradiciones. La Peña Torres Macarena es una de ellas. Si perdemos nuestros pequeños reductos sentimentales ya solo nos queda decir: ¡Que Dios nos coja confesaos!

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