Rescato para el presente Toma de Horas el titulo de una excelente película del genial Billy Wilder (“Bésame tonto–1964). La misma que en su día fue considerada por los críticos como una obra menor y, que con el paso del tiempo, ha sido catalogada unánimemente como una excepcional película. Pocas, por no decir ninguna, de las rodadas por este genio del Séptimo Arte pueden considerarse obras menores. En la filmografía de este excelso director de origen austriaco se encuentra lo más selecto de la Edad de Oro de Hollywood. Cine, para entendernos, en toda su pureza y esplendor.
Dentro de las coordenadas que marcan a la sociedad española actual, existe una que resulta nada desdeñable y merecedora de alguna reflexión: el besuqueo. Hoy todos y todo es susceptible de ser besado. El círculo de lo estrictamente familiar se ha abierto hacia nuevos horizontes besucones. Nos besamos entre los amigos y abandonamos a su suerte a los antiguos abrazos (más sinceros evidentemente, pero también más pesados y con un alto riesgo para nuestras castigadas cervicales). También si te presentan a una señora es una severa descortesía no estamparle un beso en cada mejilla. Lo de estrecharle levemente la mano con una leve inclinación de cabeza queda ya bastante cursi. No son tiempos para caballeros de sombreros de copa. Hoy impera en todos los ámbitos el “coleguismo” militante. Lo peligroso es que si antes del beso te has tomado una copa de manzanilla –basta con una sola- esta besada señora se llevará una muy mala impresión de tu persona. Seguro que murmurará entre dientes: ¡como apesta a vino el amigo de mi marido!; ¡cualquiera sabe con la gente que se junta mi esposo! Es aconsejable para evitar causar mala impresión entre el respetable mujerío susceptible de ser besado, que inmediatamente después de una copita mastiquemos un chicle Orbit o en su defecto un caramelo de menta. Que no nos sorprendan con la guardia baja y el vino alto. Todo sea por causar buenas sensaciones ante las reinas de la Creación.
Reconozco que nunca fui un militante muy activo del clan de los besucones. Me hubiera encantado, eso si, haber podido besar a mi admirada Claudia Cardinale o a la no menos Kim Novak, pero desgraciadamente tuve que conformarme con soñar esos besos a través de sus esplendidas y sugerentes fotografías. Amores idílicos de la pubertad que nos hacía concebir el mágico mundo del Cine. ¡Que sería de lo onírico sin la magia del Séptimo Arte! Kim en la Película “Picnic” (1955) y Claudia en “El gatopardo” (1963) elevaron la belleza femenina a sus más altas cotas (por aquello –hoy en franco retroceso- de hacer patria no olvidemos a Sarita Montiel en “Veracruz” – 1954).
Recuerdo en mi niñez que tanto a la ida como a la vuelta del colegio, besaba al conjunto de familiares que se encontraban en aquel momento en mi modesta vivienda. También –inevitablemente- a la vecina de “al lao” que era la Tata. Cuando creía que había eludido este mal trago –perdón quise escribir beso- oía a mis espaldas ya en plena calle, y en franca retirada besucona, a mi madre que me decía: “Chico, que te has olvidao de darle un beso a la Tata”. Y allí que se volvía el “Chico” a besarla. Ella –de muy grato recuerdo para mí- se desayunaba con un par de “lingotazos” de aguardiente y, después de besarla, yo ya no sabía si llegaba al cercano Colegio San Diego desde la Collación de San Nicolás o desde Zalamea la Real.
Cuando de mayor comprendí la vida que había llevado esta sacrificada –y santa mujer- comprendí que posiblemente aun bebía demasiado poco. Hija maltratada por un padre tan déspota como canallesco, hermana utilizada por sus dos hermanos varones, y a la postre, madre soltera por partida doble. Crió a sus hijos sola y dejándose los riñones limpiando casas, con planchados interminables de ropas que otras lucirían, y teniendo todavía un hueco en su gran corazón para darnos afecto a mis hermanos en general y a mí en particular. Besos de bolitas de anís que siempre guardaré dentro de mis recuerdos más nobles y sentidos. Los mismos que a regañadientes les daba a la Tata.
Por tanto no eludamos nuestra pertenencia a este gran besódromo en que se ha convertido nuestro país. Lo dice la canción: “la española cuando besa es que besa de verdad / y a ninguna le interesa / besar por frivolidad”. Besemos pues sin cortarnos ni un pelo. En las mejillas de familiares, amigos y señoras que nos presenten. En labios con sabor a fresa de amores prohibidos o a “parientas” cómplices de la vida y las cosas. En frágiles y dulces cabecitas de nietos –ahí muero yo de sentimiento- donde estampamos besos de abuelos encantados de habernos conocidos. Todo es susceptible de ser besado, como esa medalla de tu hermandad que te recuerda que estas todavía vivo y con el alma a flor de piel. Toquemos madera para que todavía quede lejos en el tiempo, ese beso que te dará alguien en tu fría frente, cuando ya tu corazón haya dejado de palpitar. Mientras, besaos los unos a los otros como yo os he besado.
Dentro de las coordenadas que marcan a la sociedad española actual, existe una que resulta nada desdeñable y merecedora de alguna reflexión: el besuqueo. Hoy todos y todo es susceptible de ser besado. El círculo de lo estrictamente familiar se ha abierto hacia nuevos horizontes besucones. Nos besamos entre los amigos y abandonamos a su suerte a los antiguos abrazos (más sinceros evidentemente, pero también más pesados y con un alto riesgo para nuestras castigadas cervicales). También si te presentan a una señora es una severa descortesía no estamparle un beso en cada mejilla. Lo de estrecharle levemente la mano con una leve inclinación de cabeza queda ya bastante cursi. No son tiempos para caballeros de sombreros de copa. Hoy impera en todos los ámbitos el “coleguismo” militante. Lo peligroso es que si antes del beso te has tomado una copa de manzanilla –basta con una sola- esta besada señora se llevará una muy mala impresión de tu persona. Seguro que murmurará entre dientes: ¡como apesta a vino el amigo de mi marido!; ¡cualquiera sabe con la gente que se junta mi esposo! Es aconsejable para evitar causar mala impresión entre el respetable mujerío susceptible de ser besado, que inmediatamente después de una copita mastiquemos un chicle Orbit o en su defecto un caramelo de menta. Que no nos sorprendan con la guardia baja y el vino alto. Todo sea por causar buenas sensaciones ante las reinas de la Creación.
Reconozco que nunca fui un militante muy activo del clan de los besucones. Me hubiera encantado, eso si, haber podido besar a mi admirada Claudia Cardinale o a la no menos Kim Novak, pero desgraciadamente tuve que conformarme con soñar esos besos a través de sus esplendidas y sugerentes fotografías. Amores idílicos de la pubertad que nos hacía concebir el mágico mundo del Cine. ¡Que sería de lo onírico sin la magia del Séptimo Arte! Kim en la Película “Picnic” (1955) y Claudia en “El gatopardo” (1963) elevaron la belleza femenina a sus más altas cotas (por aquello –hoy en franco retroceso- de hacer patria no olvidemos a Sarita Montiel en “Veracruz” – 1954).
Recuerdo en mi niñez que tanto a la ida como a la vuelta del colegio, besaba al conjunto de familiares que se encontraban en aquel momento en mi modesta vivienda. También –inevitablemente- a la vecina de “al lao” que era la Tata. Cuando creía que había eludido este mal trago –perdón quise escribir beso- oía a mis espaldas ya en plena calle, y en franca retirada besucona, a mi madre que me decía: “Chico, que te has olvidao de darle un beso a la Tata”. Y allí que se volvía el “Chico” a besarla. Ella –de muy grato recuerdo para mí- se desayunaba con un par de “lingotazos” de aguardiente y, después de besarla, yo ya no sabía si llegaba al cercano Colegio San Diego desde la Collación de San Nicolás o desde Zalamea la Real.
Cuando de mayor comprendí la vida que había llevado esta sacrificada –y santa mujer- comprendí que posiblemente aun bebía demasiado poco. Hija maltratada por un padre tan déspota como canallesco, hermana utilizada por sus dos hermanos varones, y a la postre, madre soltera por partida doble. Crió a sus hijos sola y dejándose los riñones limpiando casas, con planchados interminables de ropas que otras lucirían, y teniendo todavía un hueco en su gran corazón para darnos afecto a mis hermanos en general y a mí en particular. Besos de bolitas de anís que siempre guardaré dentro de mis recuerdos más nobles y sentidos. Los mismos que a regañadientes les daba a la Tata.
Por tanto no eludamos nuestra pertenencia a este gran besódromo en que se ha convertido nuestro país. Lo dice la canción: “la española cuando besa es que besa de verdad / y a ninguna le interesa / besar por frivolidad”. Besemos pues sin cortarnos ni un pelo. En las mejillas de familiares, amigos y señoras que nos presenten. En labios con sabor a fresa de amores prohibidos o a “parientas” cómplices de la vida y las cosas. En frágiles y dulces cabecitas de nietos –ahí muero yo de sentimiento- donde estampamos besos de abuelos encantados de habernos conocidos. Todo es susceptible de ser besado, como esa medalla de tu hermandad que te recuerda que estas todavía vivo y con el alma a flor de piel. Toquemos madera para que todavía quede lejos en el tiempo, ese beso que te dará alguien en tu fría frente, cuando ya tu corazón haya dejado de palpitar. Mientras, besaos los unos a los otros como yo os he besado.
Por una mirada, un mundo,
Por una caricia, un cielo,
Por un beso… ¡yo no se que te diera por un beso!
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