lunes, 21 de junio de 2010
¡Padre, perdonalo porque no sabe lo que hace!
Llegaste a la Ciudad sobre 1620. De manera silenciosa fuiste acaparando silenciosamente los más nobles sentimientos de sus habitantes. Las generaciones de sevillanos se iban relevando en el tiempo, pero Tú permanecías inalterable en tu acogedora morada. Eras el faro donde podían dirigirse los que navegaban sin rumbo por los procelosos mares de la vida y las cosas. Viste como pasaban por tu puerta las graves epidemias que padeció la Ciudad. Como no querías abandonar tu sitio de sombra y luz, encargaste al Cardenal Spinola que recorriera en tu nombre la Ciudad para conmover el corazón de los ricos. Tú no estas siempre con la pobreza, sino más bien formas parte indisoluble del alma y los sentimientos de los pobres. Escuchaste desde tu pedestal de Amor y Caridad retumbar por tus calles los cascos de los caballos de los “gabachos”. Intentaban invadir España, pero sabían que Contigo uno termina siendo siempre el invadido. Eternamente atrapados por la Fe y el sosiego que desprende tu dulce mirada. Luego, en nuestra Historia más reciente y perversa, viste pelear a hermanos contra hermanos en una cruenta Guerra Civil. Dicen, los que te visitaban a diario, que nunca tu divino rostro expresó de manera más nítida el dolor y la pena. Pero allí seguías en el corazón de San Lorenzo, sin que contra Ti se levantara ni el aire que te secaba las gotas de sudor de tu cara. Todos a tus plantas, donde desparramas el consuelo para el afligido y la paz que necesita el naufrago de la vida. Tú estabas por encima de banderías y de fanatismos anticlericales. Cada sevillano, independiente de ideología, sabía que Tú eras el último reducto donde acudir en busca de consuelo. En Sevilla para creer en Ti no hacia falta ni creer en Dios. Tú eras, eres y serás la máxima expresión con que la sevillanía entiende al Hijo de Dios hecho hombre. Ayer, un nefasto domingo 20 de junio del 2010, fuiste salvajemente agredido. Quiero y necesito creer que quien lo hizo fue victima de la locura que forma parte de nuestra actual vida cotidiana. No puedo, ni quiero, concebirlo de otra manera. Te zarandeó y consiguió arrancarte un abrazo. El mismo con el que sostienes tu Cruz y nos ayudas a llevar las nuestras. Pero, pensándolo bien, ¿quién puede arrancarte algo a Ti? Tú si que puedes arrancarnos a nosotros de cuajo nuestra carga de orfandad y desconsuelo. Insisto, no se quien ha sido tu agresor ni me interesa. Posiblemente un lobo solitario que se niega a buscarte en su malévola locura. Yo se que Tu ya lo has perdonado. ¿Quiénes somos nosotros para juzgarlo? Mantenlo en tu Divina bondad siempre en la inopia. No puede existir mayor pena para un sevillano que vivir siendo consciente de haberte agredido. Dentro de un rato saldré de mi cueva e iré a verte a San Lorenzo. Da igual que ahora no estés físicamente. Tú siempre lo estas espiritualmente. Hasta cuando de noche está cerrado el pórtico de tu Basílica te haces omnipresente. Hoy, me gustaría pedirte un favor, no es día para visitarte en solitario. Deja que baje un momento de los cielos mi abuela Teresa para acompañarme a verte. También, y puesto a pedir, permite que mi madre abandone la residencia donde pasa sus últimos días para que se una a esta comitiva sentimental. Iremos a verte en cuerpo y alma y, hoy, permítenos que hagamos contigo una excepción y podamos decirte: “Gran Poder, como sabemos que estas pasando malos momentos, pide de nosotros cuanto quieras y necesites”.
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