miércoles, 27 de octubre de 2010

¡Comprad, comprad, malditos!


A Movierecord, preámbulo publicitario de la magia cinematográfica.

Nos daría una profunda sensación de vértigo, si pudiéramos cuantificar cuantos minutos, horas, días, meses y años hemos dedicado, de manera involuntaria, al visionado de la Publicidad a lo largo de nuestra vida. Hoy, más que nunca, está presente en todos los actos de la cotidianidad de las personas. La padecemos o disfrutamos -que de todo hay en la Viña del Señor- tanto en la dulce intimidad del hogar como en el entorno y corazón urbanístico de nuestros pueblos o ciudades. Todo es susceptible de ser publicitado y solo hace falta encontrarle el momento y el contexto adecuado. Desde un desodorante a una campaña electoral todo pasa hoy día por el inevitable filtro de la “publi”. No se consume nada que previamente no hayamos memorizado –la mayoría de las veces inconscientemente- en nuestros manipulados cerebros. Vallas, cabinas de teléfonos, autobuses, metros, fachadas de casas abandonadas, periódicos, revistas, radios y, como no, a la cabeza de este tinglado de consumismo compulsivo, la “madre del cordero”(o mejor borrego), doña Mamá Televisión. Recuerdo que mi añorado padre, cuando a pesar de sus años todavía se mantenía lucido, tenía tres distracciones televisivas fundamentales: los toros (cuando el Gobierno de entonces se preocupaba de darlo gratis por la Primera), los documentales de animales (no confundir con los plenos parlamentarios) y los anuncios. Decía que él no pensaba comprar nada de lo que anunciaban pero argumentaba: “es que hay que ver lo bien hechos que están algunos”. No era de extrañar, pues por los mares de la Publicidad navegaron –y navegan- extraordinarios directores de Cine (si citáramos los que han hecho –y hacen- publicidad en países como EE.UU., Francia o España no saldríamos de nuestro asombro) que, dada la crisis actual de creatividad cinematográfica, buscan en la publicidad buenos dividendos a la espera de tiempos mejores para el Séptimo Arte. La inmensa mayoría prefiere mantenerse en el anonimato pero, resulta evidente, que existen anuncios que son verdaderas obras de arte de uno o dos minutos de duración. Hoy, el mundo de la publicidad, factura una ingente cantidad en millones de euros y en ella se dan cita, a que dudarlo, personas de un talento inconmensurable. Debo reconocer –bendita la rama que al tronco sale- que he visto anuncios deslumbrantes y de una enorme belleza estética. Evidentemente, si desaparecieran de un plumazo toda la publicidad de nuestras calles, notaríamos un enorme vacío que nos haría sentirnos huérfanos de estos bosques cromáticos, y desposeídos de sus falsos pero necesarios mensajes subliminales. Gente guapa y sonriente que desde sus soportes estáticos nos animan a comprar de manera compulsiva, y que a la postre nos instalarán en la “felicidad” más absoluta. Nunca nos sentará un traje como a George Cloone, pero que cojones, la imaginación al poder.


Hablamos de la alienación consumista actual con el taxista que nos devuelve a casa, mientras a nuestra derecha reposan placidamente las bolsas del “Corteinglé”, “Cortefié” o el encargo de nuestra niña en “Mango”. ¡Comprad, comprad, malditos! Aunque eso si: sin dejar de poner a parir a esta Sociedad de Consumo.



Mala cosa es criticar un sistema del que todos formamos parte. El placer de la compra para el propio personal, o para el ajeno a través del regalo, es altamente satisfactorio. La vestimenta de la hipocresía es fácilmente detectable. Pero a que negarlo, siempre son las circunstancias de cada momento las que determinan la orientación de nuestra brújula económica. La Crisis nos ha reciclado de consumidores compulsivos a ahorradores –que remedio- compulsivos.


Ya sopesamos los precios de cuanto compramos y su verdadera utilidad. Los mercaderes del Templo de las Finanzas y la Política nos han quitado la venda de los ojos. Hemos pasado de ser gente de clase media a ser media clase de gente. Creo que existen padres que ya están planteando decirles a los niños anticipadamente que ellos son los Reyes Magos, para que acorten la carta de marras. Total, si se lo va a decir el hijo de algún “progre” en el “cole”, que más da adelantarles la mala nueva. Tiempos aquellos, anclados en nuestra memoria sentimental, donde las radios de cretona o de galena nos abrían los ojos de futuros consumidores a través de la incipiente publicidad. Nos enteramos de que había un negrito del África tropical que nos animaba a tomar Cola-Cao. Que el Anís del Coral aparte de ser el mejor de los licores, encima te dejaba en la boca olor a flores. O que una friega de Linimento Sloan (el Tío del Bigote) te solucionaba cualquier torcedura o porrazo, aunque este fuera ocasionado por una caída del piso 32 del World Trade Center (salvajemente destruido el 11-S y hoy en vías de reconstrucción).

Lo dicho quien pueda que pase y compre y quien no, que mire desde fuera, y sueñe con que alguna vez le vendrá tiempos mejores. Compremos, miremos y sobre todo –cuando toque- votemos. No influenciados por la “publi”, sino comprobando nuestro desesperanzador presente y sopesando nuestro incierto futuro.

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