Desde que arribé a la Barriada de Pino Montano ya han transcurrido una treintena larga de años. ¡Como pasa el tiempo! Llegué con la tinta fresca en el Libro de Familia y hoy ya pertenezco al noble gremio de los abuelos. No tengo reparos en reconocer que mi estancia, en los terruños sentimentales de Ignacio Sánchez Mejías, ha sido enormemente grata y positiva. Definida queda la diferencia entre Barrio y Barriada: en el primero la gente tomaba la calle de manera lúdica y participativa (supeditada por las condiciones de vida de los hoy prácticamente desaparecidos corralones de vecinos) y, en la segunda, la calle representa un hueco donde aparcar, un contenedor donde depositar la basura y unos breves paréntesis para saludar con brevedad a vecinos y amigos. Todo deprisa y corriendo. Hemos ganado en comodidad y hemos perdido en calidad humana. Estoy firmemente convencido de que en la actualidad el último reducto de barrio existente en Sevilla está, como no, cruzando el Puente de doña Isabel II: la Triana eterna e inmortal.
Existen personas en Pino Montano a las que llevo saludando en la calle durante un cuarto de siglo y no se ni como se llaman. Ignoro sus quehaceres laborales/profesionales ni a que dedican su tiempo libre. Evidentemente en los antiguos barrios esto era prácticamente imposible. Vivo bien, en paz y armonía, encuadrado en esto que administrativamente llaman Distrito Macarena Norte y me siento, que no es poco, valorado y apreciado. Aquí y motivado por circunstancias personales ya tengo fecha de caducidad. Si alguna vez desaparecen los nubarrones de la crisis y sale de nuevo el sol de la abundancia, seguramente con las gafas que me ponga para protegerme ya veré un nuevo y, posiblemente, último territorio. Si pudiera elegir, Triana o el Aljarafe serían mis preferencias vivenciales. No serían malos sitios para terminar mi aventura sentimental con esta Ciudad de mis amores y desvelos.
Siempre llamaron poderosamente mi atención los personajes que generaba cada Barrio, por considerarlos la esencia de sus calles y plazoletas. Sin ellos todo sería mas anodino y en los baúles de los recuerdos, en cuanto a anécdotas se refiere, reinarían las telarañas. En Pino Montano conozco a unos cuantos, e incluso, algunos de ellos me honran con su noble amistad. Posiblemente ni ellos mismos sean conscientes de lo que representan en nuestro acervo afectivo. Por estos derroteros sentimentales se mueve Emilio “el peluquero” (me gusta más lo de barbero, y prefiero decir calentitos antes que churritos. Cosas de la edad). Este ilustre personaje pinomontanero forma parte del famoseo popular y sano (otros se han hecho famoso aquí por meter la mano en el cajón) de la Barriada. Él nunca –como otros- te toma el pelo, más bien te lo corta. Sin salir de su entorno reparte sus actividades laborales entre una charcutería familiar en la Plaza, y sus menesteres en el noble oficio de dejar las cabezas –por fuera- en perfecto estado de revista.
Por las mañanas y, dada la crisis, corta mucha mortadela y poco jamón y, por las tardes, emulando al apache Jerónimo nos corta el cuero cabelludo. Buen tipo este Emilio. Engarzado está a peine y tijeras con la mejor tradición barberil sevillana. Tiene la virtud de saber escuchar, siempre con una sonrisa en los labios y dotando a su Barbería del sacrosanto ejercicio del sano debate. Allí se habla de cuestiones serias y fundamentales en nuestras vidas: Fútbol, Cante y Toros.
Configura, junto al querido Miguel Ángel Fernández de “Cortefié”, mis dos asesores de imagen. Uno, por poco dinero, me tiene como un pincel y, el otro, me reinventa mi estética de busto romano en decadencia. Debo reconocer que hubo una etapa, felizmente superada, en la que Emilio cuando me perfilaba navaja en mano el contorno del cuello, siempre me cortaba levemente detrás de la oreja izquierda. Creo, con toda sinceridad, que dada su condición de “palangana” converso y confeso, lo hacia para cerciorarse de que los béticos también tenemos la sangre roja. De lo que estoy convencido es que cuando ya forme parte de la frágil memoria sentimental de Pino Montano, Emilio siempre será una excusa perfecta para volver por estos lares. Vendré a pelarme y, rogando por el camino de que, por favor, de vez en cuando tambien corte a algún sevillista que otro. Que reparta los leves tajos navajeros para así poder evitar cualquier indicio de sospecha. Grande, muy grande, nos resulta este barbero reciclado a charcutero por las mañanas. Cuarto de salchichón curado por la mañana y, cortito y a tijera por la tarde. Con la crisis hemos topado Sancho.
Existen personas en Pino Montano a las que llevo saludando en la calle durante un cuarto de siglo y no se ni como se llaman. Ignoro sus quehaceres laborales/profesionales ni a que dedican su tiempo libre. Evidentemente en los antiguos barrios esto era prácticamente imposible. Vivo bien, en paz y armonía, encuadrado en esto que administrativamente llaman Distrito Macarena Norte y me siento, que no es poco, valorado y apreciado. Aquí y motivado por circunstancias personales ya tengo fecha de caducidad. Si alguna vez desaparecen los nubarrones de la crisis y sale de nuevo el sol de la abundancia, seguramente con las gafas que me ponga para protegerme ya veré un nuevo y, posiblemente, último territorio. Si pudiera elegir, Triana o el Aljarafe serían mis preferencias vivenciales. No serían malos sitios para terminar mi aventura sentimental con esta Ciudad de mis amores y desvelos.
Siempre llamaron poderosamente mi atención los personajes que generaba cada Barrio, por considerarlos la esencia de sus calles y plazoletas. Sin ellos todo sería mas anodino y en los baúles de los recuerdos, en cuanto a anécdotas se refiere, reinarían las telarañas. En Pino Montano conozco a unos cuantos, e incluso, algunos de ellos me honran con su noble amistad. Posiblemente ni ellos mismos sean conscientes de lo que representan en nuestro acervo afectivo. Por estos derroteros sentimentales se mueve Emilio “el peluquero” (me gusta más lo de barbero, y prefiero decir calentitos antes que churritos. Cosas de la edad). Este ilustre personaje pinomontanero forma parte del famoseo popular y sano (otros se han hecho famoso aquí por meter la mano en el cajón) de la Barriada. Él nunca –como otros- te toma el pelo, más bien te lo corta. Sin salir de su entorno reparte sus actividades laborales entre una charcutería familiar en la Plaza, y sus menesteres en el noble oficio de dejar las cabezas –por fuera- en perfecto estado de revista.
Por las mañanas y, dada la crisis, corta mucha mortadela y poco jamón y, por las tardes, emulando al apache Jerónimo nos corta el cuero cabelludo. Buen tipo este Emilio. Engarzado está a peine y tijeras con la mejor tradición barberil sevillana. Tiene la virtud de saber escuchar, siempre con una sonrisa en los labios y dotando a su Barbería del sacrosanto ejercicio del sano debate. Allí se habla de cuestiones serias y fundamentales en nuestras vidas: Fútbol, Cante y Toros.
Configura, junto al querido Miguel Ángel Fernández de “Cortefié”, mis dos asesores de imagen. Uno, por poco dinero, me tiene como un pincel y, el otro, me reinventa mi estética de busto romano en decadencia. Debo reconocer que hubo una etapa, felizmente superada, en la que Emilio cuando me perfilaba navaja en mano el contorno del cuello, siempre me cortaba levemente detrás de la oreja izquierda. Creo, con toda sinceridad, que dada su condición de “palangana” converso y confeso, lo hacia para cerciorarse de que los béticos también tenemos la sangre roja. De lo que estoy convencido es que cuando ya forme parte de la frágil memoria sentimental de Pino Montano, Emilio siempre será una excusa perfecta para volver por estos lares. Vendré a pelarme y, rogando por el camino de que, por favor, de vez en cuando tambien corte a algún sevillista que otro. Que reparta los leves tajos navajeros para así poder evitar cualquier indicio de sospecha. Grande, muy grande, nos resulta este barbero reciclado a charcutero por las mañanas. Cuarto de salchichón curado por la mañana y, cortito y a tijera por la tarde. Con la crisis hemos topado Sancho.
Me enorgullece saber que a mi peluquero amigo Emilio le estan dando un merecido reconocimiento en nuestro barrio.
ResponderEliminarGracias Juan Luis.
Antonio Padilla
Me alegra saber que mí hijo Emilio, tenga amigos que lo tengan en tan buena estima, y que hayan cactado con tanta delicadeza y cariño esa esencia. GRACIAS
ResponderEliminarA mi me cortaba el pelo, aunque ya no vivo en Sevilla. Soy del barrio de toda la vida. Un abrazo al Emilio de de parte del pepe (ahora vivo en Mallorca). Musho beti!!!!
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