viernes, 20 de mayo de 2011

Sobre los conocidos y otras bagatelas




Hubo una larga etapa (curiosamente hoy añorada por muchos españoles) en que don Alfonso Guerra González mandaba en el país y, no digamos en Andalucía y sobre todo en Sevilla. Entonces recuerdo que se puso de moda en la Ciudad el que todo el mundo era amigo intimo de “Arfonso”. Bien de él directamente o de algunos de sus familiares o allegados. Te decían: “¿Arfonso Guerra?, a ese lo conozco yo de “tóa la vía”. No ve que mi cuñao era vecino de un primo suyo que se crió con él”. Todo el mundo tenía –o se inventaba- algún vínculo personal con el “Arfonso” de la calle Rastro de Sevilla. Otros alardeaban diciendo: “¿Er Canijo? ¿A mí me van a hablá der Canijo? Si mi tía Lola vivía enfrente de su casa”. Todo formando parte de un ejercicio de novelería y, de intentar, darle lustre a nuestra existencia con la pátina de los conocidos de cierta celebridad. Hagamos un ejercicio de sinceridad y, podríamos preguntarnos: ¿Quién de nosotros no ha calificado de amigo intimo a alguien con el que ha coincidido en tres o cuatro ocasiones puntuales? Conocí, hace ya demasiados años, a Alfonso Guerra en la Librería Antonio Machado que regentaba junto a su mujer, Carmen Reina (por cierto una mujer extraordinaria y donde la discreción tomó cuerpo y forma). Estaba situada dicha Librería en los aledaños del Alcázar –calle Miguel de Mañara- y terminó su periplo librero en la calle Álvarez Quintero. Cubrió un extraordinario ciclo cultural y político sevillano desde 1969 hasta el 2004, en que se vio obligada a cerrar. Aquello era curiosísimo. A los “tiesos” con inquietudes no nos cobraban los libros y, además, no tenían reparos en aconsejarnos algunos en detrimento de otros de contenidos más banales. Huelga decir que era de los pocos sitios en Sevilla donde poder conseguir una amplia gama de libros prohibidos por la férrea censura franquista. Luego coincidía con Alfonso Guerra en algunas sesiones del Cine Club-Vida. Allí aparecía con su enjuto cuerpo; una pobladísima barba y su inseparable trenka azul (siempre con un libro bajo el brazo). Él es algo mayor que este “relojero” de los Toma de Horas: concretamente seis años. ¿Con este bagaje estaría legitimado para decir que soy “intimo” de Alfonso Guerra? Sinceramente creo que hacerlo sería una soberana tontería. Aparte de que estoy seguro de que Alfonso Guerra es hombre de muchos libros y pocos, muy pocos, amigos.

Seguimos en la actualidad “Ere que Ere” con la misma cantinela. Todos manejamos amigos “íntimos” en los escalones más altos de la Sociedad sevillana. Esto no es bueno ni malo, sino que forma parte de una idiosincrasia donde confundimos amigos con conocidos a nuestro libre albedrío. Sin obviar, lógicamente, a una legión de “conseguidores” que se llevan todo el día prometiendo favores (que ni quieren ni pueden hacerlos) desde su efímera atalaya política o social. Sevilla es una Ciudad esperpéntica pero donde únicamente toma sentido la cuadratura del círculo. Aquí las peticiones circulan a la velocidad de la luz en sus felices resoluciones o, en muchos casos, muy lentamente en el campo de las frustraciones. Luego tenemos salida para todo (no olvidemos que tuvimos un recinto amurallado con dieciocho puertas y postigos de acceso) y, nos sentiremos sumamente molestos, porque nuestro “intimo amigo” de la Administración nos ha fallado. Cito una frase que me decía mi abuela: “Recuerda siempre que eres la mitad de bueno de lo que dicen tus amigos y, la mitad de malo de lo que dicen tus enemigos”. Pero, ¿Dónde –añorada abuela- situamos a los “conocidos de toda la vida”. He ahí la cuestión.

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