viernes, 2 de septiembre de 2011

La calida luz del membrillo




“Calle de la Corredera
cuando alguien grita ¡agua!
aquí quien no corre vuela”.


Arrancan los esperanzadores –la esperanza de estar vivos- días de Septiembre y, una vez más, se pone en marcha el reloj que marca las cosas imperecederas de la Ciudad. Tiempo de reencuentros, de relatos viajeros y de amores colgados en la percha de la luna agosteña. Lo cantaba el Dúo Dinámico: “El final del verano / llegó y tu partirás / yo no se hasta cuando / de mí te acordarás…..”. El verano es insustancial por su propia naturaleza. Se aparcan temporalmente deberes y obligaciones y nos adentramos en una vorágine donde mandan los cuerpos sobre las almas. Todo lo sustancial queda aparcado hasta la llegada de Septiembre que siempre termina por aparecer fiel a su cita. El verano sevillano se remata, con los lentos días agosteños, cuando la Ciudad toma aire en noches interminables de terrazas y añorados Cines de Verano. Días inmisericordes, donde el día nos castiga para que la noche nos de la contrapartida a los soles desosegantes. Los árabes nos enseñaron que los días de la canícula están para ocultarse en remansos de sombras; agua que se besa en el aire y caricias soñadas al amparo del dulce arrullo de la música. Los romanos –a golpes de cornetas y tambores- a mostrarnos de puertas hacia fuera, y, los árabes, a la introspección de las cosas bellas imbuidas en la lentitud de lo sutilmente eterno. Hacia dentro las emociones (el sonido) y hacia fuera los gestos (el ruido). (Cautivaron a una mora / y pa España la trajeron / y en la pila del bautismo / Candelaria le pusieron). El mar –la mar- se despereza en Septiembre de la multitudinaria invasión de sus playas y vuelve a recuperar su origen bravío. Los hombres siempre se adentraron en los mares por tres motivos fundamentales: el Comercio, la Pesca y la Aventura. Dejémosla estar para poder verificar como Dios sopla sus aguas en las duras noches otoñales. El Mar –la Mar- ruge desafinado o desgrana sobre las crestas de sus olas la dulce melodía del amor. “El sol del membrillo” es una excelente película-documental de quien está considerada por lo critica como el mejor director del Cine español, Víctor Erice. Con una escasísima filmografía compuesta de tan solo tres películas: “El espíritu de la colmena” (1973); “El sur” (1983) y, el citado “El sol del membrillo” (1992). Un carrerón cinematográfico cortado por un cúmulo de circunstancias merecedoras de ser analizadas en profundidad. “El sol del membrillo” gira en torno a la figura del pintor manchego, Antonio López, y a la evolución de un membrillero plantado en su jardín. El pintor lo va pintando en la medida que el tiempo lo va transformando desde la etapa otoñal a su decadencia en el riguroso invierno. La cámara no es más –ni menos- que un testigo mudo de este proceso creativo: atrapar en definitiva la luz del membrillo. Sevilla sitúa al membrillo en pleno Septiembre y en una doble vertiente: su luz amarillenta con atardeceres más cortos y su calor tan pegajoso como efímero (en junio las calores tienen todavía un largo recorrido; en septiembre ya tienen fecha de caducidad). Sevilla siempre ha sido una tierra de vísperas: Semana Santa, Feria, Corpus, Virgen de los Reyes….se nos configuran idealizadas en sus días preliminares. Septiembre es en si mismo un puro preámbulo. Todo se renueva configurando el inicio de un nuevo ciclo. La vida y sus circunstancias parecen comenzar de nuevo y permanece intacto nuestro propósito de enmienda. Ya están superadas las travesías a través de los calurosos desiertos del tórrido verano.
Volvemos a la rutina que es la única manera de volver a nosotros mismos. Nacemos de nuevo a la Esperanza que es la mejor forma de nacer en Sevilla. Bienvenidos a la Ciudad y a la vida. Permitirme que sea mi nieto quien os de la bienvenida.

Nota adicional: ¡Lo que han cambiado los tiempos! Antes se venía con nosotros de vacaciones una muchacha dulce, tímida y educada a la que conocíamos como la “Prima del pueblo”. Este año nos acompañó una “Prima” de otro índole. Hija directa de usureros y especuladores: la “Prima de Riesgo”.

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