miércoles, 9 de noviembre de 2011

Alma de papeles perdidos (II)



Otro amarillento folio me aparece en este rebusco por entre las viejas carpetas de mi Archivo. De este sinceramente ya ni me acordaba. Está dedicado a mi prima María Luisa. También es un poema póstumo sin que esto lleve implícito que uno tenga vocación de empleado de Funeraria “La Nueva” (nunca entendí que era lo nuevo aquí, quizás el estrenarse como difunto). Mi tía Pepa, hermana de mi madre, tuvo dos hijos de diferentes hombres (lo de padres es otra cosa). Fue una madre soltera victima de la terrible miseria de la posguerra. Era dos años menor que mi madre y, cosa frecuente entre hermanos, diametralmente opuesta a la que tuvo a bien parirme en Sevilla. Mi tía Pepa, para entendernos, era “una cabeza de chorlito” en un mundo de buitres. Tanto a ella como a mis primos la verdad es que lo tratamos muy poco y a lo largo de los años los vimos en contadas ocasiones. Me consta, eso si, que mi madre los visitaba donde vivían en el Cerro del Águila con cierta frecuencia, y siempre los surtía de comida para unos pocos de días. Cuando aún no había cumplido los cuatro meses de edad mi prima María Luisa fue entregada para su crianza a las Hijas de María Auxiliadora (Salesianas) de Ecija. Allí creció y se hizo una eficiente Maestra de Escuela. Nadie iba nunca a verla y si lo hacían -su madre o su hermano- obviaré los motivos de las visitas por respeto a los muertos. Cuando de mayor comprendí la dura vida que había llevado, sintiendo en sus entrañas el duro estigma de la orfandad, me relacionaba con ella en la medida de mis posibilidades juveniles (lamento constatar que muy pocas veces fui a verla). Sabía que andaba delicada de salud y con serios problemas coronarios. Sabía que era la Maestra más eficaz del “Colegio María Auxiliadora” de Ecija. Sabía que colaboraba activamente con algunas ONGs de la zona. Lo que no sabía, hasta quince días después de ocurrir, es que falleció de un ataque al corazón mientras descargaba alimentos de un camión. Murió ayudando a paliar el hambre de los más necesitados. Fue la bondadosa Sor Encarnación Hidalgo quien me comunicó la mala nueva. Su entierro en Ecija dicen que fue multitudinario, asistiendo desde el Alcalde y todos los Concejales hasta los pedigüeños y drogadictos del lugar (cuenta un periódico de la localidad que uno de ellos le dejó un ramito de claveles en un gesto cargado de emotividad). Esto fue lo que le escribí entonces para justificarme ante lo injustificable:


Te debo una de afecto (A Mi prima María Luisa) Frágil fruto del árbol de la vida Que engendraron los buitres carroñeros; Pajarillo sin tiempo ni medida Que unas manos cuidaron con esmero. Tú, flor silvestre que rechaza el jardinero, Como el que entrega su barca a la tormenta Fuiste salvada de tempestades y aguaceros Por santas madres en que el parir no cuenta. Aromas de orfandad llevan los vientos Desde Sevilla a Córdoba la llana; Y en Ecija se paran un momento Para cubrir de luto las ventanas. Solo puede morir quién vivió muerto Y tú eras calidoscopio luminoso Que llenaste de oasis los desiertos. Te debo una de afecto, prima mía, Y si aquí no pudo ser… ¡triste destino!, Espérame en la Santa Sacristía: Que tenemos que hablar por los caminos. (Sevilla – Agosto del Año del Señor de 1997)

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