lunes, 19 de diciembre de 2011

El lado oscuro de la Literatura



“Porque poeta en definitiva es aquel que ennoblece lo vulgar”
- Goethe –

La Historia de la Literatura, y más concretamente a través de algunos de sus más grandes escritores, está llena de mentes atormentadas por el ejercicio de vivir/escribir y que, en no pocas ocasiones, terminaron con un derrumbe físico y moral rematados con epílogos suicidas. Alcohol, drogas, noches eternas de bohemia desenfrenada, homosexualidad mal desarrollada, dudas existenciales, amores imposibles y la estéril búsqueda de la perfección y la inmortalidad como metas de grandes genios con las vidas destrozadas. Sin tratar de desentrañar, en tarea tan estéril como imposible, la complejidad del alma humana, resulta evidente que, muchas veces, al obviar la sencillez de los placeres cotidianos entramos en el laberinto de las preguntas cuyas respuestas nos llevan inexorablemente a plantearnos nuevas preguntas. La vida es dura y compleja, tanto por su propia naturaleza como por el devenir de acontecimientos imposibles de controlar. Debemos intentar la búsqueda de la felicidad pero cometemos un error de bulto buscando la perfección y la trascendencia. No existe lo perfecto ni inclusive en la Obra del Sumo Hacedor. Los grandísimos escritores del Siglo de Oro español desmenuzaban la condición humana a través de la picaresca y sus debilidades más mundanas, pero el optimismo siempre estaba presente en sus inmortales creaciones. Cervantes, don Miguel, y, Shakespeare, Sir William, se nos representan como los escritores más egregios de la Historia de la Literatura Universal y en la obra de ambos los seres humanos salen vencedores o vencidos, pero siempre bajo un halo de esperanza. El llamado “Boom” de la “Narrativa Hispanoamericana” elevó la Literatura a los altares de la Magia y, con ellos reconozco que alcancé la cima de gozoso lector compulsivo. No existe en sus novelas el pesimismo a pesar de que narren tiempos convulsos, sangrientas dictaduras y sus terribles consecuencias colaterales. La Literatura elevada a su máxima expresión: la belleza de la estética más sublime al servicio del compromiso con la ética. La Cultura en general debe –o debía- tener como misión fundamental liberar al ser humano de las cadenas de la cotidianidad. Sentirse libre y dejar volar sin ataduras el espíritu apresado en nuestro interior. Liberarnos enmarañados con la Literatura, la Música, la Pintura, el Teatro, el Cine o con cualquiera de las manifestaciones que el Arte pone a nuestro alcance. Entiendo que los avatares de la vida pueden inundar de tristeza nuestros recovecos sentimentales más hondos y, no podemos pretender que un escritor que haya enterrado a un hijo joven se nos muestre ya vitalista en sus escritos posteriores. Pero, a que negarlo, existen casos de manifiesto masoquismo donde -prioritariamente en la Poesía- todo gira en la magnificencia de alegrías y penas llevadas hasta sus últimas consecuencias. La depresión siempre flotando latente entre rimas y narraciones. He leído algunos poemas magistrales que destilaban pesimismo por todos sus poros. Para entendernos: ni el “plumilla” bobalicón que pase lo que pase está “encantado de haberse conocido”; ni tampoco el intelectual hondamente reflexivo preocupado las veinticuatro horas del día en la búsqueda de la “Verdad” (fundamentalmente la suya). La teoría del panadero: “Prueba primero tu pan antes de vendérselo a la gente”.

La Cultura como elemento vertebrador de nuestras inquietudes y, nunca, ni como un mero entretenimiento, ni tampoco como un látigo espiritual para azotarnos continuamente. No vaya a ser que al final sea verdad lo que dice una letra del Flamenco: “Yo no me he muerto de pena porque no supe estinguí / a mi corto entendimiento le agradezco yo el viví”.

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