El pasado 28 de Diciembre, Día de los Santos Inocentes, en el mundo del Cine ocurrió un hecho luctuoso que, a mi entender, no ha sido suficientemente valorado en toda su dimensión por los cinéfilos: se murió “Chita” (la misma que los sevillanos conocían como “la mona de Tarzán”). Tenía ochenta años y era en realidad un chimpancé macho reciclado cinematográficamente en una mona juguetona y traviesa. Vivía en la actualidad recluida/o en una Residencia alejada de los focos del celuloide y a salvo de los acosos de los paparazzis. Los agoreros que siempre intentan despojarnos de la magia que necesitamos para vivir, dicen que es imposible que un chimpancé aguante ochenta años cuando los limites rondan los cuarenta y cinco o cincuenta años. ¡Que sabrán ellos lo que puede aguantar una estrella del celuloide! Lo dejó meridianamente claro Robert Mitchum cuando dijo: “Me dedico a una profesión –la de actor- donde los dos actores más celebres son un perro (“Rintintín”) y una mona (“Chita”). Formaban un cuarteto silvestre inseparable compuesto por: Johnny Weissmuller (Tarzán); Maureen O´Sullivan (Jane); el “Niño” (nunca supimos si fue adoptado o concebido en una salvaje noche de amor en la selva) y la “Chita”. Porque tarzanes habrá, pero como don Johnny ¡ninguno! Mis vivencias infantiles con “Tarzán de los monos” tienen su epicentro sentimental en los Cines de Verano del Prado de San Sebastián. Mi tío Víctor era el encargado de la instalación y el mantenimiento eléctrico de los mismos, y le daban un par de pases para toda la temporada estival. Evidentemente, conociendo cuanto me gustaba el Cine, me facilitaba uno de los mismos. Reconozco que aparte de “las del Oeste” y”las de romanos” las películas de Tarzán eran mis preferidas. La “Chita” (ignoro su nombre de simio macho) llegó a participar en no menos de cincuenta películas y rodó un centenar largo de anuncios, pero para los buenos cinéfilos siempre será recordada como “la mona de Tarzán”. Nunca logró superar los infortunios amorosos de su “amo” (“Tarzán Weissmuller” se casó sin mucho éxito en cinco ocasiones). La “puntilla” fue cuando supo que su “Jefe” en sus últimos años ya no podía emitir, ni en forma de susurro, su famoso alarido. Él, que había ganado como nadador cinco medallas en las Olimpiadas, ya no era capaz de lavarse la cara con las manos (“Mira que cosa más rara / una mano lava a otra / y las dos lavan la cara”). Cuando se fueron de la selva para venirse a vivir a la Gran Manzana dejaron las lianas bamboleándose en el aire. Siempre con la esperanza de que los mortales tuviéramos donde agarrarnos y poder escapar de las fieras que nos acechan. La “Chita”, o quien quiera que ocupase su lugar, nos ha dejado para siempre huérfanos de morisquetas y risas infantiles. Nos ha legado, eso si, sus inmortales películas. El Listero Mayor de los Cielos no le pondrá muchas pegas para su entrada en el Paraíso. Hizo feliz a los niños de la Generación del “pan con aceite y azúcar” y eso, queridos amigos, ya son palabras mayores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario