Creo, sinceramente, que nuestros recuerdos infantiles se sustentan en cuatro elementos que se complementan y/o confunden. A saber: los momentos vividos; lo que nos contaron; lo que nos imaginamos y lo que soñamos. Posiblemente, con el paso de los años tendamos a idealizar algunos pasajes de nuestra infancia, limando de asperezas otros que, a la postre, no nos resultan gratos de recordar. Pero la infancia casi siempre tiene una definición global: la felicidad o la desdicha. Cuando a un niño se le sustrae el hermoso e ilusionante paraíso de la infancia, se está cometiendo una tropelía de futuribles funestas consecuencias. Difícilmente podamos sustraernos nunca del pesado lastre de una niñez desgraciada. En mi caso y gracias a una serie de personas y a un mágico y solidario entorno mi infancia fue feliz, tremendamente feliz. Las carencias eran suplidas por las caricias. Abuelos, padres, hermanos, tíos, primos, padrinos, vecinos y amigos, configurando un núcleo humano –afectivo- donde te sentías querido y protegido. Todo, eso si, girando en torno a San Nicolás; el Señor de la Salud y, prioritariamente, a la Candelaria. Allí se casaron mis padres; allí nos bautizamos mis hermanos y yo; allí salí de niño ilusionado revestido con una inmaculada túnica blanca; allí (en la Cabeza del Rey Don Pedro) vi por primera a una nazarena –sangre de mi sangre- en el cortejo candelario y, allí, quedará mi alma errante para siempre. Hubo una etapa juvenil donde cautivo –y cautivado- del “fervor” revolucionario (algunos de mis “detractores” necesitan recordármelo algunas veces a través del anonimato) donde creía –erróneamente- que podía vivir sin Ella. Pasaba por la puerta de San Nicolás sin poder evitar el mirarla en el hermoso azulejo de su fachada. Me estremecía, pero entrar -aunque me lo pedía mi alma- nunca entraba. Entendíamos que el Nacional-Catolicismo se había apropiado de las Hermandades y no era plan de que cuestionaran tu ideología izquierdista. Practicábamos un raro “agnosticismo de salón”, donde mezclábamos lecturas y reuniones clandestinas con la carga emocional del cambio de ramos la tarde del Miércoles Santo. Hace ya muchos años me planteé seriamente recomponer mi mundo interior y Ella ocupa –y ocupará mientras viva- mi mayor soporte espiritual. Estos días invernales-seudo primaverales en que la visito con cierta frecuencia la encuentro especialmente hermosa. La Candelaria es sevillanamente guapa. Ella sabe que incluso cuando no la visitaba mi espíritu de adormecido candelario estaba al amparo de su mirada. No reniego de nada de lo que he sido, y siempre –fiel a la Doctrina de Aquel que mora a su lado- intenté ser en el sentido machadiano de la palabra: bueno. En poco o en nada participé en los avatares cotidianos de la Hermandad. No sirvo para según que cosas. A la postre no soy más que una ave solitaria –“pájaro” es otra cosa- buscando posarse placenteramente en su trono azul y plata. Ella siempre estuvo –y está- donde tiene que estar, y yo donde me lleven –me llevaron- las corrientes de la vida.
A mi proa en alta mar
le enmarqué yo una plegaria:
Cuando arrecie el temporal
¡Dios me salve Candelaria!
le enmarqué yo una plegaria:
Cuando arrecie el temporal
¡Dios me salve Candelaria!
Esos anónimos que se preocupan de recordarte otros momentos de tu vida, seguro que lo hacen desde el resentimiento y desde la envidia. Sí, ENVIDIA, de qué, por muchos golpes de pecho que se hayan dado y todos los que les quede por darse, que Dios quiere que sean muchos, no tienen, ni de lejos, los sentimientos y el amor que le declaras en esta bella entrada.
ResponderEliminarY lo peor, se creen que a Ellos los pueden engañar, ¡que equivocados están.
Un abrazo
Emotiva tu entrada llena de momentos intensos y de tormentas de duda y vsacilación por los que todos hemos pasado. La vuelta atrás es imposible, aunque sí se puede recuperar uno a sí mismo, como tú creo que lo haces. Saludos.
ResponderEliminarHe llegado a este blo por primera vez. A través de una fotografía puesta en una entrada de mayo de 2010.
ResponderEliminarNo sé si leerás los comentari de años pasados, por eso entro aquí.
La fotografía me ha impresionado muchísimo.
Niños jugando a fusilar.
¿De quién es la fotografía?
Un documento extraordinario. No había visto nada igual
Saludos.
Concha.
Mi blog: antropos de concha reviriego almohallañ
He dejado un comentario ene l lugar de la foto. Lo puse "anónimo", por error.
De Salvador: Estimada Concha Reviriego, darle primero las gracis por visitar este Blog y comentarle que, la foto que se refiere usted, son de Agustí Centelles.
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