Queda sobradamente demostrado que “los Caminos del Señor son inescrutables”. Lo que nos iba a deparar el destino en cualquiera de sus variantes era algo difícilmente predecible. Cuando aún contábamos los días por momentos juveniles, ninguno de nosotros podía imaginar siquiera que nos reservaba el porvenir escondido tras las esquinas de los años. Todo quedaba enmarcado, eso si, en el hermoso campo de las ilusiones juveniles. Vivíamos soñando con un futuro que colmara, al menos en una buena parte, nuestras legítimas aspiraciones. Que, en no pocas ocasiones, los sueños se convirtieran en pesadillas era algo que no entraba en nuestros planes. En definitiva, todas las batallas se libran para ganarlas y, las derrotas cuando has peleado sin denuedo, muchas veces tienen un cierto regusto victorioso. Perder o ganar no es lo verdaderamente importante en la vida (al final, al perderla a ella, perdemos siempre nosotros), lo que importa es tener la sensación de haber vivido con plenitud tu cuota de existencia terrenal. Al día de hoy comparto mi ámbito domestico con mi tortuga Pastori (de mis tres últimas “mascotas”, pájaro, perra y tortuga, ella es la única que todavía “aguanta el tirón”) Ya ha sobrepasado con creces los veinte años de edad. Parece que fue ayer cuando se la compré un domingo en la Alfalfa a una de mis hijas (no recuerdo a cual). Era un galapaguillo verde esmeralda que movía las patitas de una manera frenética. En la actualidad es una señora tortuga que escucha impasible mis monólogos de majareta sentimental sevillano. Formamos una pareja de hecho ideal: una tortuga y un bético. El pasado 16 de noviembre comprobó que los fríos se acercaban y decidió comenzar anárquicamente su periodo de hibernación. Se escoró en su rincón preferido del salón y escondió cabeza y patas hasta la llegada de tiempos más calidos. La cubrí con una recia alfombrilla y solo la saco al sol de la terraza en días puntuales. Pasaba de todo incluyendo a su compañero de morada. Fue el pasado 12 de marzo cuando decidió interrumpir su largo letargo. Apareció de improviso arrastrando sobre su caparazón la alfombra que la cubría, y empezó a deambular por el piso con su arrastre cansino y monocorde. Preparado le tengo ya su barreño con agua y le dispuse algunos camarones secos salteados. Todavía no se los come. Los huele y picotea, pero necesita algo más de calor para mostrar su primitivo instinto devorador. Han sido muchos los acontecimientos acaecidos durante su ausencia como para intentar contárselos de un tirón. Se los iré desgranando poco a poco. Más que nada por evitar que asustada vuelva a esconderse en su refugio invernal. La verdad es que no se por donde empezar. Esperaré que se vaya aclimatando a su nuevo resurgimiento, y posiblemente sean los informativos quienes terminen por situarla en la cruda realidad. Pastori, mi tortuga Pastori con su presencia, fue la que me anunció, de manera irrevocable, otra llegada de la Primavera.
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