Me honro de pertenecer a un tipo de sevillano encuadrado en el “selecto” grupo de los “raros”. Los Otros en definitiva. Conozco a unos cuantos de mi misma “cuerda” y a todos nos mueve un denominador común: el anonimato y el disfrute-padecimiento de la Ciudad. No es de extrañar que tengamos a Machado, don Antonio, y a Cernuda, don Luis, como santo y seña de nuestras devociones literarias. Tenemos un espacio urbano sentimental para el trasiego de cuerpo y espíritu: el Centro de la Ciudad. Son ya muchos años de coincidencia urbana como para no conocernos al menos superficialmente. Paseantes solitarios en busca de la musa perdida en los años de adolescencia. Los hay ateos, agnósticos y creyentes. Votantes “peperos”; socialistas o activos abstencionistas. Muchos vivimos desterrados en la periferia de la Ciudad, y acudimos cada día –la mayoría ya no estamos laboralmente en activo- a cortejar en nuestros paseos mañaneros a la Vieja y Hermosa Dama. Si acaso, al cruzarnos en nuestro deambular callejero, intercambiamos un afectuoso saludo. Un “Me alegro de verte…” como contraseña de complicidades compartidas (“de verte” y sobre todo de verme reflejado en los cristales de los escaparates). Se que a todos nos aburre esta cansina legión de “Depositarios de las Esencias” que consideran a la Ciudad como su patrimonio personal. Inquisidores al dictado de la “Voz de su Amo”, disfrazados con el manido ropaje del falso costumbrismo. Se empecinan en repartir carnés de buenos o malos sevillanos acorde con sus espurios intereses personales. Viven instalados en un continuo prologo del “hoy por ti y mañana por mí” en una Tierra donde siempre terminan triunfando los epílogos. Encantados de haberse conocidos y siempre proclives a “arrimarse al sol” que más caliente. No dejan títere con cabeza, sobre todo si el títere no está encuadrado dentro de sus postulados ideológicos. La decadencia del hombre se inicia cuando en su interior empieza a considerarse importante e imprescindible. Han cambiado el sensato “Solo se que no se nada” por el pomposo, “En verdad yo lo se todo. ¡Lo que a mí se me escape!”. Mientras, los “Otros” seguimos a lo nuestro: amar a la Ciudad aunque vivamos en tiempos revueltos. Ellos, se mueven agrupados y bajo la cómoda y placentera bandera del corporativismo. Nosotros en solitario y, sintiéndonos huérfanos amparados tan solo por el halo misterioso de la Vieja Híspalis. Entramos en las arterias de la Ciudad para preservarla de los trombos mediáticos que tanto dañan su salud. Asumimos, sin complejos, que se nos denomine “raro” como animal de compañía. Si al final todo está determinado por diferenciarnos de ellos: los “Ilustres sevillanos”. Pues bien está que así sea. Al final solo pretendemos que la ilustre sea Sevilla y no nosotros. En la “Fundación Cruz Campo” nacen y mueren sus veleidades de grandeza, las nuestras se nutren respirando los aires de la verdadera Libertad. Como siempre, en el poemario flamenco está dicho todo:
Me tienen señalaito
Que soy pieza de mal paño
A los hombres no se marcan
Como ovejas de rebaño
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