Te contemplé; notaste mi presencia y continúa esta Historia interminable de amor y secretos compartidos entre nosotros dos. Fue el lunes siguiente a un Jueves Santo fallido por las inmisericordes inclemencias del tiempo. Entré a verte después de demostrar en la puerta de tu Casa que soy nacido y residente en la Ciudad. Había muy poca gente en el interior y la mayoría eran restos del todavía presente “forasterío”. Estabas en las andas junto a quien más llora por Ti y más cerca esta siempre de tu honda pena: tu Madre de la Merced. Esa misma tarde os portarían al altar donde pasáis consulta todos los días del año a las almas afligidas. Me acerqué cuanto me permitió un cordón de seguridad que te salvaguardaba de la reinante sinrazón. Te contemplé; notaste mi presencia y continúa esta Historia nuestra. El sol se filtraba a través de un ventanuco de cristal multicolor propiciando una especie de sublime arco iris en tu vencido, pero nunca derrotado, cuerpo. Se oía de fondo la dulce caricia sonora de un Canto Gregoriano. Al lado, tu trono ambulante de plata recuperaba su perfil museístico huérfano de tu Divina presencia. Las calles también se quedaron este año huérfanas de tu lento y firme caminar hacia la gloria catedralicia. Triste época esta donde los cambios siempre son a peor: cambiamos túnicas por gabardinas y cirios por paraguas. Te contemplé; notaste mi presencia y continua esta Historia que tiene ya muchos años a nuestras espaldas. La empecé siendo un niño de pantalón corto que iba a tu Casa a recoger a una tía-abuela, Maestra Bordadora sevillana, que dejó eterno testimonio de su buen hacer en el manto y el palio de la Virgen del Socorro. Posiblemente no exista un lugar en la Ciudad más proclive al recogimiento y a la oración que nace del alma que tu Capilla Sacramental. Suelo visitarla cada día con la esperanza, la firme esperanza, de que a mi tramo existencial le quede aún un largo recorrido. Ahora, cuando la melancolía se apodera de nosotros por la triste sensación del gozo hurtado, es cuando más te necesitamos. Después de la tempestad siempre viene la calma. Tú eres la calma, contigo siempre viene la calma, pues la llevas adherida a tu Divino rostro. Pasarán los días, unas veces con una lentitud desesperante y otras a una velocidad de vértigo. Volveremos –o volverán- a verte discurrir en tu trono de plata por calle Francos buscando de vuelta la paz de tu morada. Era un lunes, un mágico lunes, sin estar aún repuesto de los estragos de los porcentajes de posibilidad de precipitaciones. Te contemplé; notaste mi presencia y continúa esta Historia interminable de amor y secretos compartidos. La empezamos yo siendo nieto y Tú siendo Rey. La remataremos, yo de abuelo con fecha de caducidad y Tú instalado en la eternidad de lo profundamente sevillano. Viene la calma: Contigo siempre llega la calma.
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