Las calores de julio
paso el río por el puente
siempre la encuentro lavando
pobrecilla de mi mare
que el sol me la está quemando.
Abre julio su ventana y los calores inmisericordes se adueñan de la Ciudad. Amaneceres hermosos con despertares somnolientos y olores a antiguo café de pucherete. Calles recién regada por mangueras de gomas con agua no potable prestada por el vientre de las alcantarillas. Un julio en el almanaque de la Historia más cruenta y preámbulo de una Guerra entre hermanos de un terruño a la postre teñido de sangre. Mes de julio de Cines de Verano perfumados con los sevillanos aromas de las “dama de noche” (¡que nombre más hermoso para definir un olor!). De Playa de Maria Trifulca y de Piscinas Sevilla. De Triana y Velá. De sandalias del Sanatorio de la Goma y de puestos de higos chumbos. De borricos cansinos y viejos portando en sus angarillas sandias y melones del palenque de Los Palacios. De casas señoriales con las esteras de esparto colgando por las barandas de sus balcones. De noches de azotea bajo un manto de estrellas y compartiendo la complicidad de los amores adolescentes. De excursiones domingueras con Hermandades del Trabajo buscando la libertad de los mares disfrazados temporalmente de playas. De vespas, lambrettas y “seitas” confirmando, en sus tubos de escape, que también nos estábamos escapando de la durísima posguerra. De paga extra y vacaciones no pocas veces trabajadas. Sevilla se nutre a su manera –al sevillano modo- de los meses y, de paso, nos marca a nosotros a sangre y fuego en nuestra andadura terrenal sevillana. En Diciembre siempre seremos algo más viejos. En Abril siempre somos algo más jóvenes y, en julio, somos un eslabón sentimental que une los junios de Corpus con los agosteños meses de Ella, la Virgen de los Reyes. Los demás son paréntesis que en forma de cesto llenamos con los frutos de la cotidianidad. Somos cirio, farolillo, carreta, juncia y romero, cebo de cucaña trianera y amaneceres de madres humanas y celestiales. Trabajamos –o mejor buscamos trabajo- con la Esperanza de que los días soñados terminen por llegar y nos coja en perfecto estado de revista. Vemos crecer a hijos y nietos y también como nuestro pelo canea –o se esfuma- ante espejos implacables que terminan por decirnos: ¡Ahí estás atrapado por el tiempo! El ser humano alcanza la estupidez más supina cuando intenta en vida alcanzar la inmortalidad. Esta es solo privilegio de las ciudades: ellas son eternas; nosotros temporales. Para los niños de mi generación julio siempre será un mes con específicas connotaciones sentimentales. Fuimos felices cuando remojábamos nuestra pobreza en el peligroso río o en las concurridísimas piscinas. Llega un nuevo julio y aquí estamos para disfrutarlo y padecerlo. Se irá con su último atardecer y nos traerá cogido de una mano sudorosa el tórrido agosto de masivas escapadas (menos cada día). Luego todo volverá a renacer y el reloj sentimental de la Ciudad empezará a marcar las horas con un nuevo tic-tac. Lo cantaba Bobby Darin cuando aún teníamos integra en nuestro bolsillo la moneda de la juventud:”Cuando llegue septiembre todo será maravilloso”. Desgraciadamente, hoy lo verdaderamente maravilloso es alcanzar la subsistencia de cada día.
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