Con el paso de lo años el necesario complemento diario del sueño (no confundir con los sueños) introduce dos variantes: cada vez duermes menos horas y también lo haces de manera más fragmentada. Mi inveterada afición a la radio no ha hecho más que incrementarse a lo largo de los años. Me quedo dormido con la radio encendida (“puesta” decían los antiguos) y me levanto sobresaltado con el trajín -desolador trajín- de los informativos. Cuando me despierto antes de lo previsto, y el sueño se resiste a apoderarse nuevamente de cuerpo y mente, utilizo la radio como antídoto contra la tenebrosa soledad de la madrugada. El bloque donde vivo hace ya muchos años que ha envejecido notoriamente en su estructura y, como no, también en su vecindario. Ya no se escuchan los llantos infantiles nocturnos de antaño. Hoy los niños del bloque son los hijos de nuestros hijos y permanecen y duermen fuera de nuestra tutela. Las madrugadas, incluso en la época estival, son profundamente silenciosas. Afortunadamente soy animal de costumbres y siempre he tenido “buen saque” en el dormir y el yantar. Duermo regularmente unas seis horas y las mismas, como mínimo, se fragmentan en dos tiempos. Algunas veces en los trasiegos emocionales del desvelo me viene alguna idea para un nuevo Toma de Horas y, tras levantarme, la dejo –a grosso modo- expresada en el ordenador. Por una cierta sensación morbosa abro en noches de insomnio el correo electrónico y recibo algunos mensajes que, amigos cómplices insospechados del insomnio, me han puesto a horas intempestivas. Debo reconocer que siempre preferí el sol a la luna y, a pesar de mis bohemias andanzas flamencas, nunca tuve a la madrugada callejera como aliada. No estoy muy convencido de que la noche signifique libertad y verdad, mientras que en el día manden la opresión cotidiana y la mentira. El día destapa y la noche esconde. Debo reconocer que las mayores tonterías que he escuchado en mi vida siempre tuvieron a la noche y al alcohol como principales aliados. Para mí, el amanecer representa el mejor momento del día. Dios abre las persianas de la Tierra para regalarnos una nueva hoja en el calendario. Está demostrado que la mayoría de los enfermos terminales fallecen bajo el tenebroso imperio de la noche. La madrugada atrapa con sus sombras (exceptuando una luminosa que en Sevilla se conoce como “la Madrugá”) y el día libera con las primeras luces de la mañana. Los campos andaluces se cubren de una espesa negrura en sus noches interminables. Solamente la luna en su plenitud crepuscular consigue proporcionarles un simulacro de luz. En las siniestras noches de antaño se fusilaba a la gente al pie de caminos y veredas. Posiblemente sea por ese motivo que los pájaros en España se esconden a buen cubierto durante la madrugada (hoy los “pájaros” se encuentran escondidos en los despachos enmoquetados). Los niños, lloran o se levantan asustados de noche buscando amparo y calor en la cama de sus padres. Una hora durante el día pasa como un leve suspiro. Una hora de insomnio son sesenta minutos interminables. El reloj de la noche solo avanza de manera vertiginosa cuando te rindes vencido por el sueño. Dormir del “tirón” a ciertas edades es un puro gozo. Comprobar placenteramente como, al despertar, el sol entra levemente por tu ventana para recordarte que las sombras nuevamente han sido vencidas.
No es casualidad que cuando el Hijo de Dios pasó por el transito de la vida a la muerte los cielos se nublaran y el día, radicalmente, diera paso a la noche. Hizo falta que resucitara para que todo volviera a renacer. La claridad sonora que decía el poeta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario