Estaba “bicheando” por el “youtube flamenco” y me doy de bruces con Estrella Morente, hija y guapísima heredera flamenca del gran “Enrique I de Granada”, cantando por Tangos (por cierto quien la acompaña a la guitarra es Juan “Habichuela” y no Pepe, como se especifica erróneamente) A lo largo de mi vida solo hablé en un par de ocasiones con Morente y, no tengo reparos en reconocer que sentí su muerte como algo intrínsicamente mío. Es lógico y humano sentir tristeza por la perdida de quienes, con su Arte, nos regalaron cotas de felicidad. El tiempo pasa y las obras de los genios no solo permanecen sino que se terminan engrandeciendo con el paso de los años. Federico, Enrique y Granada ya configuran un triángulo sentimental-cultural de gigantescas proporciones. No es mala cosa ser eternos en una Ciudad inmortal. Granada es la Ciudad más bella del mundo y resulta enormemente ilustrativo que un Rey moro llorara compungido al abandonarla. ¡Si allí lloran hasta las piedras ante tanta belleza! Esta Ciudad, a medio camino entre la media luna y la luna llena, atrapa por la hermosura que enseña y, fundamentalmente, por la que guarda. Es el único rincón del mundo donde las fuentes lloran sonriendo y los jardines sonríen llorando. Allí, por Peligros, en una calle que lleva el nombre de uno de los genios del cubismo, Juan Gris, vive y habita (o al revés) uno de mis grandes amigos, Miguel Aragón Figueroa, acompañado de su santa esposa. Enrique Morente llegó a Madrid muy joven para crecer -¡y vaya si creció!- como artista flamenco y como persona, pero su Granada, impregnada de soles y lunas, siempre la llevó en la parte más noble de su alma andaluza y flamenca. Hoy no está pero nos queda su voz, su legado humano de gran andaluz y la herencia de una bellísima muchacha llamada Estrella (Enrique, Miguel y un servidor, con nuestras “niñas”, llenamos Andalucía de muchachas hermosas que “rompen los delantales”). Recito a coro con el Poeta del Puerto, Rafael Alberti, aquello de: “¡Que lejos por mares, campos y montañas! / Ya otros soles miran mi cabeza cana / Nunca fui a Granada / Mi cabeza cana, los años perdidos / Quiero hallar los viejos borrados caminos / Nunca fui a Granada”. Verla de nuevo y recorrerla con mi amigo Miguel de guía, teniendo a Enrique en la memoria y a Federico en el corazón, sería como tocar el cielo con la palma de la mano. Granada no se merece un hola y un adiós con las prisas que marcan los tiempos ¿modernos? Una visita reposada y conocer de primera mano que la Andalucía soñada existe. Lo canta la “niña” de Enrique por Tangos y el cante vuela como una paloma picassiana….”No te arrime a los zarzales; los zarzales tienen púas y rompen los delantales”. Nos duele, me duele decirlo, pero hagámonos libres y justos diciendo la verdad: la diferencia entre Sevilla y Granada es que nuestra Ciudad siempre la estropean (tanto por lo que destruyen como por lo que construyen) y Granada hace siglos que está felizmente rematada. Encima tienen como sus hijos más ilustres a Federico y Enrique. Aquí, en Sevilla, los Reyes moros cuando se van lloran no por dejarla, sino por el lamentable estado en que la pondrán con los años. Granada hoy es un sueño y Sevilla una pesadilla (creada pos sus nefastos “administradores” del ayer, el hoy y ¿el mañana?).
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