Creo, sinceramente, que Sevilla es una ciudad que se está viendo seriamente alterada por la modernidad. Todo lo relacionado con el temple que dimana de las tradiciones ni está ni se le espera. Convenir que esto sea bueno o malo, siempre será acorde con los criterios que cada uno establezca con las cosas de la vida. Nuestra Semana Mayor tiene fecha fija en el calendario de los días y las almas pero ahora, y debido al vacío veraniego de producción en las televisiones locales, la tenemos hasta en…el gazpacho. Con esto que se llama redifusión basta poner una tele local, cualquiera de estas calurosas noches, y saldrán los pasos, ¡una vez más!, cruzando La Campana. También podemos asistir a una entrevista a un Hermano Mayor que se muestra compungido ante la imposibilidad de sacar la Cofradía a la calle por las inclemencias del tiempo de…hace ¡dos años! Nuestra Semana Santa tiene un espacio natural que transcurre durante unos ansiados y gozosos siete amaneceres. Siempre con el ineludible añadido de cuarenta días de esperanzadores preámbulos que aquí conocemos como: la Cuaresma. La vida interna de cada Hermandad con sus cultos; cabildos; elecciones; reparto de papeletas de sitio y cuantos avatares tiene que dilucidar en el día a día, forman parte de un ámbito más intimista y reducido. Siempre proyectado hacia el crecimiento corporativo y espiritual de los componentes de la misma. Parece ser que la “afición” por nuestra Semana Santa condiciona que haya programas televisivos semanasanteros todas las semanas de todos los meses del año. Estaríamos ante lo que los “progres” de salón denominan –sarcásticamente- “jugar a los pasitos”. Son muchos los años que dice mi DNI que tengo como para marcarle a nadie su “Hoja de ruta”. Creo que el caluroso agosto no es el más propicio para escuchar “El pequeño tamborilero” de Raphael, ni tampoco “Soleá, dame la mano” de Font de Anta. Si sacamos las cosas, verdaderamente trascendentes, de su contexto original corremos el riesgo de situarlas en el resbaladizo terreno de la banalidad. Las televisiones locales –en verano- si recurren al Cine lo hacen para mostrarnos películas rarísimas y en algunos casos totalmente desconocidas. Los documentales están cogidos al azar y carecen de algún tipo de interés. Aquí nadie, al parecer, se preocupa de mostrar –“tirando” de archivo- una Ciudad (a la que pertenecen estas televisiones) con aspectos que no sean solo los Pasos cruzando La Campana. El archivo que sobre Sevilla disponen algunas “teles” locales es interesantísimo (impagable el Programa “De calle” de Ángel Vela) y llenarían dignamente los preámbulos veraniegos. Pero nada, recurrimos al “chimpanchún” y vamonos “toporiguávaliente” hasta donde el cuerpo aguante. Afortunadamente, este verano han descansado con el documental del “Palacio de Sánchez Dalp”, pues ya no se sabía si en realidad era de Sánchez Dalp o de don Nicolás Salas. Ahora, en septiembre, ya está todo normalizado y vuelven los programas en directo (incluyendo los inevitables de Semana Santa) a llenar nuestras horas muertas. Asumiendo que nuestra Semana Mayor tiene tantas lecturas como sevillanos la sienten y/o contemplan, entiendo que la desmesura es uno de sus defectos actuales más acusados. La diluimos en lo pomposamente externo y, a la par, obviamos su espacio interior que conduce a la reflexión y al crecimiento espiritual.
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