domingo, 16 de septiembre de 2012

Hombre rico. Hombre pobre


La riqueza y la pobreza no solo son complementarias como el día y la noche, sino que van cogida de la mano por los senderos de la vida. La existencia de la primera es insoslayable con la segunda. Según una encuesta del “Observatorio del Consumo”, 3.000.000 de españoles consumen habitualmente artículos de lujo. En plena Crisis este consumo aumentó un 25% con relación al año anterior. Parece ser que llevar un vestido o un traje supercaro de algún diseñador con reminiscencia francesa o italiana te hace sentirte verdaderamente importante. Un “peluco” en tu muñeca de no menos de 3.000 euros te dará la sensación de que las horas y el tiempo te pertenecen. Los millones de parados; los padres de familia sin ninguna prestación social; los muchísimos niños que en tu país -no solo en África- pasan hambre y, los jóvenes angustiados por sus nulas expectativas de futuro parece ser que no van contigo. Te dices: “Que lo solucione el Gobierno que bastante hago ya con pagar parte de mis impuestos en España (el resto de mi “capital” duerme placidamente en algún paraíso fiscal)”. Ir acumulando durante tu existencia terrenal dinero, joyas, casas, coches, vestuario de alto diseño y, sobre todo, enemigos –según tú- corroídos por la envidia, es lo verdaderamente importante. Conseguir en vida cotas de confort y bienestar, para ti y sobre todo para los tuyos, es absolutamente legítimo. Pasearte impunemente por los tristes senderos de la miseria del brazo de Mister Lujo es, simple y llanamente, inmoral y obsceno. España siempre ha sido y es un granero de “nuevos ricos”. Ayer, con el estraperlo producto de la hambruna que padecía el pueblo. Hoy, inmersos en la “Cultura del pelotazo”, metiendo la mano sin mesura en las arcas públicas (el dinero aportado por los contribuyentes). Luego a presumir de pertenencias provocando la envidia de familiares, vecinos, amigos y, sobre todo, de compañeros de tropelías. Antes eras un “membrillo” sin recursos y ahora eres un “membrillo” montado en el taco. Pero, no nos engañemos, “membrillo” al fin y al cabo. El hábito no hace al monje y menos cuando la túnica es robada. Te delata ese “Miró” colgado en el ¡cuarto de baño!, y ese cochazo de alta gama donde paseas impunemente tu manifiesta inmoralidad. Afortunadamente, cada día necesito menos cosas para pasar los días y las horas. Un buen libro, un rato compartido con la música, una buena película, un café o una copa compartida con amigos en animada tertulia, abrir el frigorífico sin que se vean mucho las rejillas, estar al “corriente” en cuantos pagos te reclaman, alguna compra furtiva en las “Rebajas” y, un restillo para ejercer de generoso abuelo con tus nietos. Para mí la austeridad –no confundir con las apreturas económicas- forma parte inexcusable de mis principios. Nunca me interesaron los falsos oropeles, ni vivir con la enorme duda de si te aprecian a ti o a tu dinero. ¿Hombre rico? ¿Hombre pobre? Hombre en definitiva, comprometido con el tiempo que te ha tocado vivir y, con el claro convencimiento de que te recordarán por lo que sembraste y nunca por lo que dejaste.

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