Hace ya algunas semanas leía en el suplemento dominical del Diario “El País” un reportaje sobre una serie de mujeres que estaban al frente de Empresas de Alta Tecnología. Dirigían en –o desde- España: Ono, Indra Microsotf, Telefónica I+D, Hewlett-Packard, Facebook, VMware, Siemens y NetAppe. Eran mujeres hermosísimas en su madurez (las adolescentes son bonitas; las treintañeras son guapas y las mujeres maduras son hermosas) y con claros síntomas en sus semblantes de ser felices. Habían cursado, con unas notas más que excelentes, Carreras Universitarias donde las mujeres eran una ínfima minoría. Ahora a algunas de ellas les había llegado el momento de ocupar cargos de máxima responsabilidad en un mundo plagado de hombres: el de los Ejecutivos. Todas estaban casadas menos una que estaba separada (¡vaya palabreja! ¿No sería mejor decir: libre?). Todas, salvo una, tenían hijos. Admito sin reservas que este mundo de Cuentas de Resultados; Cuotas de Mercado; Optimización de Recursos; Mercados Bursátiles y demás conceptos financieros se le escapan a una persona que como yo no soy de Ciencias (ni tampoco de Letras). Aparte de que los entresijos de este “Mundillo” (o mejor “Mundazo”) los tengo contextualizados a través del Cine y la Literatura (ambos, Cine y Literatura, no son verdad ni mentira sino todo lo contrario). Aquí, en la ficción que muchas veces supera a la realidad, “Los Ejecutivos” salen siempre muy mal parados. Asumo por tanto sin complejos mis carencias a la hora de argumentar sobre estos temas. Estas mujeres se sentían plenamente realizadas y creo que estaban en su perfecto derecho. Les había costado mucho llegar hasta donde habían llegado y, posiblemente, no sin grandes sacrificios y renuncias a su vida personal-familiar. En esta última cuestión es donde el tema me hizo reflexionar. Son mujeres que, sin duda, a lo largo de su vida profesional ganarán mucho dinero y relevancia social pero, sin dudarlo tampoco, pagarán un alto precio personal: ver a sus hijos a salto de “Agenda”. Tienen que dedicarle muchísimas horas a su actividad profesional (viajes, reuniones, comidas de trabajo…) y las mismas les serán detraídas a sus hijos. Estos tendrán colegios excelentes y personas solventes –con sus padres a la cabeza- que se cuidarán de educarlos en el día a día. Pero, ¿cómo podrán suplir el alejamiento diario del cariño de una madre? Si algo aprendí en el “Corral de vecinos” donde me crié es que una madre puede suplir a un padre y, difícilmente, un padre puede hacerlo con una madre. El mundo de los “Ejecutivos” (de ahí la palabra) está siempre en permanente estado de “ejecución”: o “ejecutas” a los demás para seguir subiendo escalones o te “ejecutan” ellos a ti para que los bajes. Si dentro de un par de años se volviera a repetir el reportaje de “El País”, posiblemente algunas de estas mujeres ya no figuren en las nóminas de estas Empresas. O bien habrán “escalado” hacia metas más altas, o verán menguadas sus expectativas. Mientras, habrán pasado unos años cruciales donde se han perdido la crianza y educación de sus hijos. El poder realizarse profesionalmente –hombres y mujeres por igual- es absolutamente legítimo. Pero no saber priorizar lo verdaderamente importante que la vida te ofrece se termina pagando con los años. Armonizar lo profesional y lo personal, en no pocas ocasiones, es tarea tan difícil como complicada.
Puedes pensar que lo estás consiguiendo pero el veredicto final siempre lo tendrán tus hijos. El tiempo siempre será el juez inapelable de los años vividos o perdidos.
El equilibrio existencial, puesto en entredicho por los bohemios, lo cantaba Camarón en una letra por Fandangos: “No quiero mandar en nadie / Ni que me manden a mí / Me gusta vivir errante / Hoy aquí y mañana allí / Mi vida sigue adelante”.
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