“Tener como única certeza la sabiduría de la incertidumbre” - Milan Kundera –
La Filosofía no solo ha desaparecido de un plumazo (es decir: de un decretazo) en los planes de Estudios españoles sino, lo que es peor, de nuestras maltrechas existencias. Los políticos, de todo signo y condición, han propiciado que nuestras vidas –y nunca mejor dicho- estén teledirigidas. No les interesa en absoluto individuos que piensen y razonen en libertad, teniendo verdadero pánico a que nuestras legítimas dudas puedan ser colectivizadas. Es una siniestra herencia recibida de los poderes fácticos de la “España de charanga y pandereta” que siempre persiguió a sangre y fuego a los librepensadores. No es casualidad que los verdaderos intelectuales hayan sido “carne de presidio” en los Regimenes totalitarios. En los “Democráticos” se les domestica para que no sirvan de nexo de unión entre el pueblo y su necesaria emancipación. El año que hace poco se nos fue ha sido un clarísimo ejemplo de manipulación política –y sobre todo social-, donde se creaban continuamente laberintos rocambolescos en aras de confundir a la gente sobre sus verdaderos propósitos. Estas Navidades he estado releyendo a René Descartes (1596-1650). Considerado padre de la Filosofía Moderna -amén de insigne Matemático y Físico-, su “Método cartesiano” adquiere hoy día unos visos de actualidad apabullantes. Para simplificar diríamos que el “Método” en síntesis se caracteriza por “el uso de la razón sobre los sentidos”. “La duda prevalece sobre los conocimientos fraudulentos, por lo que el resultado de la duda es el rechazo de los falsos conocimientos y la búsqueda, en definitiva, de la verdad universal”. La clase política actual está envilecida y, para posibilitar su propia supervivencia, ha encerrado en una fría y sórdida mazmorra los planteamientos filosóficos. Santo Tomás de Aquino, Aristóteles, Sócrates, Platón, Kant, Hegel, Marx, Engels, Bertrand Rusell, Sartre, Ortega (no don Amancio el de Zara sino “y Gasset”)… son hoy, de manera interesada, fósiles momificados a perpetuidad. Lo paradójico es que se trata de una tarea liquidacionista donde confluyen sospechosamente Izquierda y Derecha. Tenemos la obligación existencial de dudar de cuanto nos rodea, sobre todo de aquello que no vemos meridianamente claro y afecta a nuestras vidas. Los políticos, que rigen nuestros destinos, no son buenos gestores y personas decentes porque así nos lo digan sino porque nos lo puedan demostrar. Vivimos inmersos en una catarsis de consignas y decretos enmarañados en la sacrosanta lacra de la manipulación. Se nos miente en las promesas electorales y, en el colmo del cinismo, se nos recuerda continuamente que están legitimados por las urnas (más bien por la mentira). Defendamos la Democracia con todas nuestras fuerzas y denunciemos sin paliativos a los falsos “demócratas”. Hoy, no hay tiempo ni lugar para la reflexión sosegada y el resurgir de los planteamientos filosóficos. Nos quieren “amembrillados” sentados frente a la “Caja tonta” para disponer a su antojo de nuestras vidas y haciendas. Vamos a pasarlo mal, posiblemente muy mal, a menos que nos sacudamos el bobo que han engendrado en nuestro interior. Dudemos de que no existan más salidas que la que “ellos” nos programan. Pensemos como poder cambiar pacíficamente este cúmulo de despropósitos. Desenvainemos la espada de la Filosofía ahora que aún estamos a tiempo. ¡No pensad, no pensad, malditos!, nos dirán aterrados ante la posibilidad de perder su dominio. Tiempo de reflexión; segundos fuera y a pelear con las armas de la razón.
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