“Posiblemente el problema de las grandes ciudades
sea que hay mucha gente y muy pocas personas”
El excelente escritor granadino, Antonio Muñoz Molina, cuenta una anécdota verdaderamente interesante en su más que recomendable Blog “Escrito en un instante”. Le ocurrió hace más de veinte años cuando aún compaginaba sus funciones en el Ayuntamiento granadino con su imparable y fecunda faceta de escritor. Estaba escribiendo su excelente novela “El invierno en Lisboa” y se enfrentaba a un serio problema narrativo. Tenía escrita más de media novela y el personaje de la misma tenía que llegar a Lisboa, Ciudad que nunca había visitado Muñoz Molina. Resolvió el tema pidiendo permiso en la Casa Grande granadina y marchándose tres días a Lisboa. Dice que la paseó pausada pero intensamente descubriendo rincones y palpando de primera mano sus laberintos urbanos. Después pasó lo que pasó: la gestación de una extraordinaria novela llamada “El invierno en Lisboa”. No se si será motivado por los achaques de la edad, pero lo cierto es que cada día me encuentro más incomodo y desubicado en la Ciudad que me vio nacer y que un día me verá morir. Esta sucia, pésimamente gestionada y, lo que es peor, ninguneada por no pocos sevillanos de “relumbrón”. Recuerdo cuando en el año 2005 me desplacé a Zamora para dar la “I Exaltación de la Saeta” en aquella bonita ciudad castellana. Estuve allí un par de días y me volví a mi tierra verdaderamente complacido por lo visto y contemplado. Una Ciudad limpia y muy bien gestionada. Con su zona monumental en perfecto estado de revista y sus parques y jardines impolutos y sin estar apresados por rejas y cancelas. Se me argumentará que al tratarse de una Ciudad pequeña es más fácil su gestión, control y mantenimiento. Sinceramente no lo se, aunque creo que sería una excusa poco o nada consistente. Los políticos de nuestra Ciudad tienen en su particular diccionario una palabra tabú: Consenso. Cualquier proyecto de mantenimiento o engrandecimiento de cualquier índole es seriamente cuestionado por “la otra parte” y así nos luce el pelo. Estadio Olímpico, la Torre Pelli, Las “Setas” de la Encarnación, Las Atarazanas, la Copa Davis o hasta un azulejo para la parte trianera del río Betis son motivo de duros enfrentamientos. La sociedad sevillana se vértebra en torno a la fugacidad de sus tradiciones y se desarticula en lo social, lo cultural y lo político. Decía Antonio Gramsci que hay que “ser pesimistas en la reflexión y optimistas en la acción”. Para aquellos jóvenes sevillanos con talento y voluntad de labrarse un buen futuro no le queda otra que abandonar la Ciudad. Aquí están –y estarán- irremediablemente perdidos y abandonados a su triste suerte. Sevilla debía tener en cualquiera de sus entradas exteriores un cartel que dijera: “Sevilla. Ciudad inmortal. De pasado esplendoroso y hoy, Reina del Paro y Capitana Genérala de la Chapuza”. Siempre será preferible un buen ejercicio de razonado pesimismo que vivir permanentemente subido en una nube de bucólica felicidad.
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