viernes, 12 de abril de 2013

Los impagables recuerdos maternos



A lo largo del día y en no pocas ocasiones me acuerdo de mi madre y, curiosamente, no lo hago desde la nostalgia por su eterna ausencia, sino intentando desentrañar su fascinante personalidad.  Aparte de una bondad extraordinaria de la que damos testimonio sus hijos, nietas, antiguos vecinos y cuantas personas tuvieron la suerte de conocerla, era también una mujer llena de matices. Fue un ser humano excepcional que pasó por la vida sin hacer ruido pero dejándonos muchos sonidos de bondad, decencia y cariño. Amante impertérrita del orden guardaba como oro en paño mis primeras nóminas laborales (año 1960) y cuantos papeles les podían ser de utilidad en el futuro. Todos eran pacientemente ordenados en carpetas azules de gomilla (previamente numeradas). Durante muchos años fue una lectora fiel de “El Correo de Andalucía” y de la revista “Semana”, no faltando nunca a su cita diaria con el kiosco de prensa. Ponía el periódico sobre una mesa y lo abría justo por el centro. Luego le daba la vuelta y lo leía paciente y concienzudamente separando hoja por hoja. Si veía alguna noticia que pudiera ser de mi interés la recortaba y me la guardaba para entregármela cuando la visitara. Me llamaba cada tarde para charlar ampliamente conmigo sobre lo divino y lo humano y me comentaba –o consultaba- cuantas noticias consideraba interesantes (también era una fiel adicta a la Radio). Las noticias del corazón de la revista “Semana” decía que lograban entretenerla y a través de su lectura desarrolló un afecto inconmensurable hacia Mar Flores.  Decía que había que ver el trato que le daban los “niñatos” a la “pobre muchacha”. Nunca ha tenido ni tendrá, Mar Flores, una defensora más activa.  Fiel devota del “Señor de Sevilla” iba a visitarlo cada viernes en compañía de Lola Montes (antigua vecina de “Corral” y madre del gran poeta sevillano Antonio Fernández Montes). Este recorrido de fe sevillana lo recorrieron juntas durante no menos de cuarenta años. Mi madre era hija de un maestro de escuela y nieta de un médico de Carmona. Por los avatares de la infausta Guerra in-Civil, y contando tan solo con diecisiete años de edad, llegó a Sevilla para “servir” en casa de una familia bien oriunda de Carmona (vivían en la calle Conde de Ybarra).  En su mano derecha portaba una pequeña maleta de cartón con sus pertenencias y de la izquierda venía cogida su hermana Pepa de trece años de edad.  ¿Qué hubiera sido de ellas sin haber padecido los duros avatares de la posguerra?  ¿Habrían estudiado y sus proyectos de mujeres habrían variado considerablemente?  Bien cierto es que los Caminos del Señor son inescrutable y una vida no se puede recomponer con los retazos de lo que pudo haber sido y no fue.
 
Seguro estoy que, a pesar de la dura vida que llevó, siempre fue feliz por su pertinaz sentido positivista de la vida y las cosas (quien creó lo del “vaso medio lleno” seguro que estaba pensando en ella). Adoraba a mi padre a pesar de que este por sus veleidades flamencas pasaba más tiempo en las tabernas que en la casa. Pero era un buen hombre que siempre la trató con mucho cariño.  Mi padre era un personaje sevillano lleno de gracia y cantando flamenco de bien para arriba.  Mi madre alucinaba con sus ocurrencias y siempre se esmeró en que sus hijos le tuviéramos respeto y cariño.

Hoy, mi primer nieto se llama Rafael como mi padre y mi madre donde esté (tiene que ser en la Gloria) se sentirá plenamente orgullosa. Bien esta que, de vez en cuando, desempolvemos viejos recuerdos cuando estos nos retrotraen a la nobleza y la decencia heredada. Si algo define a la sociedad actual es su capacidad para olvidar las situaciones vividas que nos atan a nuestras raíces más nobles y verdaderas.  Recuerdos, son los siempre impagables recuerdos maternales.

1 comentario:

  1. Cuanta ternura en tus palabras. Somos seres afortunados aquellos que hemos podido (y aún podemos) disfrutar de nuestras viejas. Compadezcamos a aquellos que no han podido disfrutar de su presencia o la perdieron un triste dia. Magnifica entrada, Juan Luis. Un abrazo.

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