A lo largo del día y en no pocas ocasiones me acuerdo de mi madre y,
curiosamente, no lo hago desde la nostalgia por su eterna ausencia, sino
intentando desentrañar su fascinante personalidad. Aparte de una bondad extraordinaria de la que
damos testimonio sus hijos, nietas, antiguos vecinos y cuantas personas
tuvieron la suerte de conocerla, era también una mujer llena de matices. Fue un
ser humano excepcional que pasó por la vida sin hacer ruido pero dejándonos
muchos sonidos de bondad, decencia y cariño. Amante impertérrita del orden
guardaba como oro en paño mis primeras nóminas laborales (año 1960) y cuantos
papeles les podían ser de utilidad en el futuro. Todos eran pacientemente
ordenados en carpetas azules de gomilla (previamente numeradas). Durante muchos
años fue una lectora fiel de “El Correo de Andalucía” y de la revista “Semana”,
no faltando nunca a su cita diaria con el kiosco de prensa. Ponía el periódico
sobre una mesa y lo abría justo por el centro. Luego le daba la vuelta y lo
leía paciente y concienzudamente separando hoja por hoja. Si veía alguna
noticia que pudiera ser de mi interés la recortaba y me la guardaba para
entregármela cuando la visitara. Me llamaba cada tarde para charlar ampliamente
conmigo sobre lo divino y lo humano y me comentaba –o consultaba- cuantas
noticias consideraba interesantes (también era una fiel adicta a la Radio). Las noticias del
corazón de la revista “Semana” decía que lograban entretenerla y a través de su
lectura desarrolló un afecto inconmensurable hacia Mar Flores. Decía que había que ver el trato que le daban
los “niñatos” a la “pobre muchacha”. Nunca ha tenido ni tendrá, Mar Flores, una
defensora más activa. Fiel devota del
“Señor de Sevilla” iba a visitarlo cada viernes en compañía de Lola Montes
(antigua vecina de “Corral” y madre del gran poeta sevillano Antonio Fernández
Montes). Este recorrido de fe sevillana lo recorrieron juntas durante no menos
de cuarenta años. Mi madre era hija de un maestro de escuela y nieta de un médico
de Carmona. Por los avatares de la infausta Guerra in-Civil, y contando tan
solo con diecisiete años de edad, llegó a Sevilla para “servir” en casa de una
familia bien oriunda de Carmona (vivían en la calle Conde de Ybarra). En su mano derecha portaba una pequeña maleta
de cartón con sus pertenencias y de la izquierda venía cogida su hermana Pepa
de trece años de edad. ¿Qué hubiera sido
de ellas sin haber padecido los duros avatares de la posguerra? ¿Habrían estudiado y sus proyectos de mujeres
habrían variado considerablemente? Bien
cierto es que los Caminos del Señor son inescrutable y una vida no se puede
recomponer con los retazos de lo que pudo haber sido y no fue.
Seguro estoy que, a pesar de la dura vida que llevó, siempre fue feliz
por su pertinaz sentido positivista de la vida y las cosas (quien creó lo del
“vaso medio lleno” seguro que estaba pensando en ella). Adoraba a mi padre a
pesar de que este por sus veleidades flamencas pasaba más tiempo en las
tabernas que en la casa. Pero era un buen hombre que siempre la trató con mucho
cariño. Mi padre era un personaje
sevillano lleno de gracia y cantando flamenco de bien para arriba. Mi madre alucinaba con sus ocurrencias y
siempre se esmeró en que sus hijos le tuviéramos respeto y cariño.
Hoy, mi primer nieto se llama Rafael como mi padre y mi madre donde
esté (tiene que ser en la
Gloria) se sentirá plenamente orgullosa. Bien esta que, de
vez en cuando, desempolvemos viejos recuerdos cuando estos nos retrotraen a la
nobleza y la decencia heredada. Si algo define a la sociedad actual es su
capacidad para olvidar las situaciones vividas que nos atan a nuestras raíces
más nobles y verdaderas. Recuerdos, son los
siempre impagables recuerdos maternales.
Cuanta ternura en tus palabras. Somos seres afortunados aquellos que hemos podido (y aún podemos) disfrutar de nuestras viejas. Compadezcamos a aquellos que no han podido disfrutar de su presencia o la perdieron un triste dia. Magnifica entrada, Juan Luis. Un abrazo.
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