Cada mañana, doña María de las Mercedes Lasarte de las Heras, se dirige
a escuchar misa de doce a la
Iglesia de San Felipe Neri situada en la sevillana calle de
Manuel Rojas Marcos. Tiene 72 años de edad muy bien llevados y mejor paseados.
No se trata tan solo de una mujer elegante: es la elegancia personificada. Hija
menor del Conde de Mármoles y hermana de una prole compuesta de siete hermanos.
Su vida fue programada desde su tierna infancia para convertirla en una noble
dama. Eterna vecina de la calle Argote de Molina estudió en el cercano
Instituto Francés. Con tan solo doce años deslumbraba a las visitas de sus
padres tocando el piano y chapurreando un par de idiomas. Un “mono de feria”
con lazos rosas en sus tirabuzones rubios y vestiditos de puntilla rematados
con zapatitos de charol. Una monada de niña que con el paso de los años se
plasmó en una mujer de gran talento y belleza deslumbrante. Estudió la Carrera de Derecho (que
nunca llegaría a ejercer) con excelentes notas en la antigua Fábrica de
Tabacos. Reprimida por sus mentores ante sus veleidades afrancesadas que se
resumían en el cine de Chabrol, las canciones de Aznavour, las “golferías” de
Belmondo, los escritos de Simone de
Beauvoir, el vino de Burdeos o la apostura de Alain Delon. La casaron con tan
solo veintitrés años con un casquivano oriundo de Jerez de la Frontera con familia de
noble escudo y menguada fortuna. Bodeguero sin bodega; bodega sin barricas y
barricas sin vino al que dormir el sueño de la vida. Ella vivió soñando y
viendo pasar la vida por la ventana entreabierta de su dormitorio. Su “santo”
esposo la dejó viuda con treinta y nueve años no sin antes inscribirle cinco
vástagos en el “Libro de Familia”. Decían las malas lenguas de Sevilla que a la
muerte de don Luis Ignacio algunas destilerías escocesas pusieron un lazo negro
en sus barricas de roble americano. Recordaba con profunda emoción cuando
despidió en la Estación
de Santa Justa a su hija Mercedita que se marchaba a estudiar a París. Hoy
María de las Mercedes vive tan solo acompañada de una hija que a no dudar nació
para “vestir santos”, maldecir en arameo y devorar culebrones televisivos. Eso
si, la señora Lasarte de las Heras-viuda de JB, ha conseguido con el paso de
los años abrir las ventanas de su casa de par en par y escuchar a todo volumen
las canciones de Edith Piaf. Cada mañana acude a San Felipe Neri a preguntarle
a Dios si sabe donde está secuestrada su vida. No encuentra respuestas pero no
deja de volver al día siguiente. Ha comprendido, con el paso de los años, que
son los hombres y no Dios quienes les tienen a las mujeres las ventanas tan
solo entreabiertas. Al final puede que sea verdad aquello de: “París bien vale
una misa”.
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