Parece ser que se llamaba Piotr Piskozub aunque su verdadero nombre era
Miseria y sus apellidos Indigencia y Desolación. Era natural de Polonia; tenía veintitrés años
de edad y su peso era de treinta kilos. Si, lo he escrito correctamente:
¡Treinta kilos de peso! Estuvo ingresado
en el Servicio de Urgencias del Hospital Virgen del Rocío y a las dos horas del
ingreso lo dieron de Alta. De allí lo derivaron hasta el Albergue Municipal
donde falleció a las pocas horas. Se ha abierto una investigación para
averiguar si los protocolos funcionaron correctamente y abrir expediente
disciplinario por si procede sancionar a algo o a alguien. Esta es la cuestión:
la Justicia Social
en nuestro país siempre se reduce a protocolos y a expedientes. No pasará nada,
si acaso buscar a algún chivo expiatorio que se “coma el marrón”. Quien roba un cartón de huevos para comer va a
la cárcel de inmediato pero quien
expolia la Granja
entera se “va de rositas” (les suena algo que se llama “Operación Malaya”). El
mar por la bella Italia se traga a los Hijos de la Miseria por cientos y
nadie ha expresado con más claridad lo que pasa por allí que Francisco I “El
Justo”: ¡Que vergüenza, Dios mío, que vergüenza! Este muchacho polaco no se
muere solo, con él se mueren las ilusiones de mucha gente que creíamos que un
Estado de Derecho era algo sustancialmente distinto al que padecemos. Ahora que
la Señora Presidenta
de la Junta
anda reciclando el Socialismo de rostro humano, se le ofrece una ocasión que ni pintada para predicar dando trigo.
Sinceramente existen días que, contradiciendo a don Antonio Machado, solos
están hechos para rezar. Una excelente novela de Antonio Muñoz Molina se llama
“El Jinete Polaco”. En Sevilla han tirado al “Jinete Polaco” del caballo y lo
han dejado morir en el suelo como un perro.
Esto es lo que tenemos en la política española: “Niñas pijas” recicladas
en políticas de pacotilla e izquierdistas buscando a Marx (don Carlos) entre
las cajas de gambas de padrón. Descansa
en paz joven y desgraciado muchacho. Tus treinta kilos de peso son un
aldabonazo en las conciencias de las personas decentes. Nadie llorará tu muerte
en Sevilla salvo la que reina por San Gil y aquel que recibe cada día por San
Lorenzo. Para la parte más innoble de la Historia de la Ciudad siempre serás el
polaco que, a los veintitrés años de edad y con treinta kilos de peso, murió en un albergue municipal sevillano. Lo
que dice el Papa: ¡Que vergüenza, Dios mío, que vergüenza!
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