No es mala cosa arrancar un día de principios de noviembre escuchando
“Fly Me To The Moon” en la voz de Julie London. Son de esas canciones que te
atrapan y dan sentido a la belleza de las cosas cotidianas. La vida está llena
de pequeñas satisfacciones que al conjuntarlas dan sentido a nuestra
existencia. Siempre buscamos la
felicidad como un todo cuando en realidad se nos viene y se nos va en pequeñas
dosis. Ser feliz es un estado transitorio y ocasional sujeto al difuso campo de
las emociones y a las circunstancias personales de cada uno. Las cosas tienen
un lado bueno al que muchas veces dejamos escapar por no saber atraparlo a
tiempo. Son “esas pequeñas cosas” que cantaba Serrat. Decía un dicho muy
antiguo: “Disfruta de lo bueno que lo malo aparece sin llamarlo”. Dicen que lo importante cuando ya pertenezcas
al reino de los eternos ausentes es que los demás consideren que el impacto de
tu vida ha sido positivo. Compartir tu felicidad con los demás se me antoja como algo fundamental. Un
egoísta o un ambicioso nunca podrán ser felices. Les ciega por encima de otras
consideraciones la ambición del poder y el delirio de las pertenencias. La
lectura de un buen libro, una buena película u obra de teatro, una buena canción,
una copa con un amigo con el que te sientes seguro o coger en brazos a alguno
de tus nietos se me representa como el pórtico de la Gloria. En definitiva saber
apreciar, en su justa medida, cuanto la vida nos ofrece de bueno en los
pequeños placeres cotidianos. Con la brevedad de un cartero el gozo llama a tu
puerta y siempre se termina marchando cuando le firmas el acuse de recibo. Por
eso es tan importante saber gozar de cuantos momentos de felicidad nos
convoquen y reclamen. Vivir por aquellos que ya no pueden hacerlo. Combinar la
capacidad de soñar con la de pensar. Ser algo más que una sucesión de pitidos
en la caja de un supermercado o un escueto “¿Desea realizar otra operación?” en
un cajero automático. Bohemios soñadores en noches de luna llena y luchadores
decentes en busca del jornal de la subsistencia. Querer y que te quieran como
la gran aspiración de esto a lo que
llaman vida. Las luces del amanecer alumbrando tenuemente las enredaderas de
los patios sevillanos. Confiando en que, al final, encontraremos a Dios en la
última playa. En definitiva, disfrutar el
lado bueno de todas las cosas.
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