Por una irrenunciable vocación enfermiza cada día me aterra más la
posibilidad de separarme física –y sobre todo espiritualmente- de Sevilla. Es una cuestión de mentalidad sedentaria que
posiblemente a lo largo de los años no haya hecho más que estrechar y
empobrecer mi círculo interior. Estoy convencido que es imprescindible viajar y
conocer en profundidad otras tierras, otras costumbres y, sobre todo, otras
gentes. Solo de esta forma podemos soñar con el retorno enriquecidos en cuerpos
y almas. Siempre me gustó conocer la visión que nos ofrecen los grandes
escritores de las grandes ciudades. Las mismas, después de ser narradas a través
de la Literatura
posiblemente para lo bueno y para lo malo no volverán a ser las mismas. Me gustaría antes de “entregar la cuchara”
conocer tres ciudades de las que estoy perdidamente enamorado: Florencia, Praga
y Buenos Aires. Puede que esto sea ya
misión imposible. Fundamentalmente por
mi desgana a preparar aunque sea una maleta de fin de semana. Romper aunque sea momentáneamente mi rutina
diaria se me representa como algo difícil de digerir. Conozco casos de amigos
que después de visitar ciudades influenciadas por la magia de la Literatura se han
llevado un gran desengaño. Fueron a Venecia
buscando la Ciudad
de “Muerte en Venecia” de Luchino Visconti y se encontraron una bien distinta
desbordada por un turismo masivo y hortera.
Por tanto bien está que siga siendo el Cine y la Literatura quienes
me proporcionen el placer de viajar sin
tener que moverme del salón de mi casa.
Necesito, eso si, desplazarme con alguna frecuencia a la Cádiz de la salada claridad
pero, a que negarlo, eso es como visitar a un pariente cercano y muy querido. Hoy nuestras autoridades han propiciado con su
nefasta gestión que miles de nuestros mejores jóvenes tengan que viajar –de
manera forzosa- al extranjero. Muchos ya
solo volverán de vacaciones y otros posiblemente pronto se vuelvan desencantados
o repatriados. Recuerdo, dada mi incombustible condición soñadora, que cuando
de niño veía las vías del tren me imaginaba paraísos lejanos que un día podría
conocer. Miraba a lo lejos el mar en los
atardeceres veraniegos y, cuando cruzaba un barco en la lejanía, lo consideraba
el paradigma de los eternos viajeros en busca de la libertad. Viajar es soñar
con nuevos horizontes y como decía don Antonio (Machado)…” ¡Este placer de alejarse! Londres, Madrid,
Ponferrada, tan lindos para marcharse. Lo molesto es la llegada”. Las ciudades siempre soñadas con la esperanza
de dejarnos enamorar un día por ellas.
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