En cualquier modalidad artística y/o cultural, siempre que no sea el
Flamenco, es impensable que los creadores se molesten en cuestionar y, en
ocasiones puntuales, atacar a los críticos.
Recuerdo en el arranque de la
Bienal que a raíz de las pésimas (y justas) críticas
recibidas por la Gala Inaugural
dedicada a Enrique Morente su hija, la gran artista Estrella Morente, lanzó una
“contraofensiva” contra los críticos verdaderamente fuera de lugar. Venía a
decir en Twitter “que dejaran tranquilos
a quienes trabajan simplemente por la música y le echaran narices a terroristas
y asesinos”. Dado el revuelo que se
formó retiró de inmediato tan desacertado comentario. No está de más que recordemos que las
libertades o son compartidas desde la responsabilidad y la coherencia o siempre
se quedarán en la orilla de los mares. El artista tiene perfecto derecho a
crear haciendo uso de su innegociable libertad. Luego tendrá que asumir los dos
filtros pertinentes. Primero el de los aficionados y estudiosos que harán el
“producto” suyo o ajeno en función de su sentido del Arte Jondo (lo que se les
ofrezca en definitiva). Después los críticos harán su trabajo –ingrato pero
necesario- para, desde la inevitable subjetividad, descifrar las virtudes o
defectos del citado trabajo. Otra cosa es cuando se aprovecha el comentario
sobre una obra determinada para sacar toda la artillería a pasear. Rencillas
pendientes por cuestiones personales que algunos aprovechan para descalificar
artística e incluso personalmente al artista en cuestión. Si es bien cierto que el nacionalismo es una
enfermedad que se cura viajando no lo es menos que el Flamenco vuela libre
cuando se le abren todas las jaulas del localismo provinciano. Afortunadamente con los nuevos tiempos el
Flamenco está donde, como música de raíz del alma, se merece y le pertenece. Luego cada artista, crítico, aficionado o
estudioso tendrán que conciliar posicionamientos éticos y estéticos para que la
sangre nunca llegue al río del fundamentalismo.
Pero, a menos que vea mancillado su honor o su dignidad personal, nunca
debe el artista “entrar al trapo” de cuanto diga o escriba la critica sobre su
obra (tampoco es bueno el permanente “compadreo flamenco” entre artistas y críticos). La “muerte” del artista nunca puede estar en
una mala critica sino en el olvido sistemático de críticos y, sobre todo, de
aficionados. El síndrome de las butacas
vacías y las páginas en blanco. Ahí está
el gran problema de los artistas.
Siempre será preferible una mala crítica que un buen olvido.
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