viernes, 26 de septiembre de 2014

Presumida




 

Me la encontré mientras le pagaba a Rocío un par de CDs en la Tienda de Discos de “El Corte Inglés”. Noté que una imponente señora se ponía a mi derecha y me miraba mientras esbozaba una leve sonrisa.  --¿A que no te acuerdas de mí?-- me dijo mientras impregnaba mi cara del verde esmeralda de sus ojos.  --Claro que me acuerdo-- le contesté dándole un par de besos (tardíos y definitivamente fuera de contexto).  Era Marisa la guapa entre las guapas de mi antiguo Barrio sevillano.  Vivía en la calle Lirio y era la más codiciada entre la plebe juvenil masculina.  A mi me gustaba un montón y siempre tuve la impresión de que yo no le era indiferente.  El posible romance solo tenía un problema de difícil solución: ¿quien era capaz de cortejar a la hija de un Brigada de Artillería? Cualquier desliz te podía salir caro ante aquella autoridad de poblado bigote y rostro severo donde los hubiera.  Eran tiempos donde daban miedo hasta los uniformes de los ordenanzas.  Se pasaba horas asomada a su balcón y nosotros buscábamos cualquier excusa para pasar bajo el mismo.  Siempre iba arregladita como para ir de boda. Una fruta prohibida del paraíso terrenal que ninguno logramos arrancar del vergel de los sueños. A las muchachas siempre les gustaba salir con ella pues era un eficaz reclamo para que se acercaran en bandada los muchachos. Tenía fama de presumida entre las “jóvanas” y de tonta entre los jóvenes. Era el clásico recurso que se utilizaba para menospreciar aquello que nadie podía alcanzar. La envidia como nuestro sempiterno deporte nacional.  A la salida de “El Corte Ingles” la acompañé un rato por la calle de las Sierpes y me aceptó un café en “Catunambú”.  La vida la había tratado muy bien y era una espléndida abuela a la que la belleza se negaba a abandonar. Se fue; me fui; nos fuimos cada uno por nuestro lado.  La “Presumida” buscó la amplitud de “La Campana” y yo el estrecho tic-tac de “El Cronometro”. Nunca sabrá uno donde se fueron los besos soñados. Los pasos perdidos para siempre por lo senderos de la juventud.  “La Presumida” apoyada en la barandilla de su balcón viendo pasar la vida plasmada en los palpitantes corazones juveniles. Una bella entre las bellas. Una postal viviente de un tiempo perdido para siempre.

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