Me la encontré mientras le pagaba a Rocío un par de CDs en la Tienda de Discos de “El
Corte Inglés”. Noté que una imponente señora se ponía a mi derecha y me miraba
mientras esbozaba una leve sonrisa. --¿A
que no te acuerdas de mí?-- me dijo mientras impregnaba mi cara del verde
esmeralda de sus ojos. --Claro que me
acuerdo-- le contesté dándole un par de besos (tardíos y definitivamente fuera
de contexto). Era Marisa la guapa entre
las guapas de mi antiguo Barrio sevillano.
Vivía en la calle Lirio y era la más codiciada entre la plebe juvenil
masculina. A mi me gustaba un montón y
siempre tuve la impresión de que yo no le era indiferente. El posible romance solo tenía un problema de
difícil solución: ¿quien era capaz de cortejar a la hija de un Brigada de
Artillería? Cualquier desliz te podía salir caro ante aquella autoridad de
poblado bigote y rostro severo donde los hubiera. Eran tiempos donde daban miedo hasta los
uniformes de los ordenanzas. Se pasaba
horas asomada a su balcón y nosotros buscábamos cualquier excusa para pasar
bajo el mismo. Siempre iba arregladita
como para ir de boda. Una fruta prohibida del paraíso terrenal que ninguno
logramos arrancar del vergel de los sueños. A las muchachas siempre les gustaba
salir con ella pues era un eficaz reclamo para que se acercaran en bandada los
muchachos. Tenía fama de presumida entre las “jóvanas” y de tonta entre los
jóvenes. Era el clásico recurso que se utilizaba para menospreciar aquello que
nadie podía alcanzar. La envidia como nuestro sempiterno deporte nacional. A la salida de “El Corte Ingles” la acompañé
un rato por la calle de las Sierpes y me aceptó un café en “Catunambú”. La vida la había tratado muy bien y era una
espléndida abuela a la que la belleza se negaba a abandonar. Se fue; me fui;
nos fuimos cada uno por nuestro lado. La
“Presumida” buscó la amplitud de “La
Campana” y yo el estrecho tic-tac de “El Cronometro”. Nunca
sabrá uno donde se fueron los besos soñados. Los pasos perdidos para siempre
por lo senderos de la juventud. “La Presumida” apoyada en la
barandilla de su balcón viendo pasar la vida plasmada en los palpitantes
corazones juveniles. Una bella entre las bellas. Una postal viviente de un
tiempo perdido para siempre.
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