“Mucho años después, frente al
pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella
tarde remota en que su padre lo llevó a conocer la nieve”. Así comienza “Cien años de soledad” la
inmortal novela de Gabriel García Márquez.
La Soledad
en Sevilla se escribe con S de Siguiriya y con S de San Lorenzo. Reza un cartel en la cancela de su Capilla
que dice:”Si puedes mucho da mucho. Si puedes poco da poco. Si no puedes nada no des nada”. Sería un parangón
cristiano del ya olvidado “Manifiesto Comunista” que decía: “De cada cual según
sus posibilidades y a cada cual según sus necesidades”. La soledad que
magistralmente narraba García Márquez discurría durante cien años en el pueblo
de Macondo. Un ejemplo imperecedero del realismo mágico de la eterna
Literatura. La Soledad de soledades sevillana
vive y recibe al fondo de la Iglesia
de San Lorenzo con la cara amoratada a causa del llanto de la pena amarga. Tiene cerca lo que tiene y
ninguna dolorosa sevillana refleja con más precisión el dolor eterno de las
madres. Solo ellas son capaces de llorar
hacia dentro. Nada hay equiparable al dolor de una madre ante la perdida de su
hijo. Por eso la Soledad
está sola son su inmenso dolor. No existe para Ella el consuelo. Desde su habitáculo no puede escuchar ni las
rizas infantiles de los niños jugando por la Plaza ni tampoco ver el vuelo de los vencejos. Sale
a la calle cuando la misma está impregnada de nostalgia sevillana para
mostrarnos su infinita soledad de madre. No lleva palio para que la luna y las
estrellas se identifiquen con su dolor. Tan solo la acompaña una cruz vacía y
colgando de la misma una sabana testigo de que ya todo ha concluido. Porta en
sus manos una corona de espina como símbolo inequívoco de la procedencia de su
dolor. Nadie le dirá tres veces guapa ni le lloverán los sonetos ni las
referencias en los pregones. Está definitiva y eternamente sola. No tiene más compañía que la pena grande y la
de los que la visitan por San Lorenzo. La pena amarga que cantaba en su
Fandango “El Carbonerillo” que decía… “esa no se va se queda”. No es casualidad que la Ciudad de Sevilla eligiera
una azulejo con la imagen de la
Soledad en la entrada del Cementerio. Allí posamos nuestras coronas de despedida y
dejamos enterrada a la soledad más desgarradora. La pena definitiva que tan
solo la fe consigue aliviar. Siempre,
absolutamente siempre, con la Esperanza de que no todo
acabe aquí. La Soledad se nutre de los
sentimientos que florecen entre las enredaderas del dolor. Verla por San
Lorenzo a solas con su dolor es un ejemplo de solidaridad hacia todos nosotros.
Por eso siempre nos referimos a Ella llamándola cariñosamente como…la Soledad. Basta y sobra pues este
nombre le viene como anillo al Cielo.
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