“Todos moriremos dos veces:
la primera al dejar de respirar;
la segunda, y definitiva, cuando
fallezca la última persona que
sentía afecto por nosotros.
Entonces, definitivamente,
se cerrará la cancela”.
Me da una cierta sensación de vértigo observar con la velocidad que
pasan los días. Como el que no quiere la cosa ya estamos inmersos en los
primeros días de “febrerillo el loco”.
La vida pasa en un suspiro y solo te queda la grata sensación de haber
intentado al menos aprovecharla en positivo.
El ciclo natural de la existencia humana es nacer, crecer, madurar,
envejecer, enfermar y morir. Cuando ese
ciclo se altera en su orden cronológico todo queda seriamente trastornado. Ya
las cosas nunca volverán a ser igual: ni para el que se va ni para los que se
quedan. Cuando una vida todavía por gastarse queda interrumpida bruscamente la
zozobra se queda atada a la eterna duda existencial. Nadie puede estar nunca preparado para según
que cosas. Alguien dijo, y dijo bien, que cumplir años es sumar perdidas
irreparables (¿existe alguna que no lo sea?). Te encuentras a gente conocida que de manera
permanente te van comunicando malas nuevas.
Abres el ordenador y rara es la semana que en las ediciones digitales de
la prensa no venga alguna nueva baja en la batalla de la vida. Gente que
significaron mucho para ti en lo sentimental, cultural, artístico o social y
que se han subido para siempre en la barca de los que nunca retornan. Nuestra
cultura siempre ha preferido las llegadas a las partidas. Sabemos que es ley de
vida que un día exhalemos nuestro último aliento pero con las cosas del morir
no se juega. Noviembre es un mes triste
en Sevilla pues lleva prendido con alamares la pena por los ausentes. Las
dolorosas sevillanas se visten este mes de luto para recordarnos que no existe
mayor pena que la de las madres. Sevilla
es un carrusel donde se mueven a compás todos los ciclos de la vida. Nada escapa a su matemática precisión
sentimental. Que no sepamos o no
queramos verlo forma parte de nuestro ancestral pasotismo. ¿Cómo se puede
explicar racionalmente que nuestra Semana Mayor siendo de Pasión y Muerte sea
una fiesta para los sentidos: puro gozo?
Sevilla nunca deja que nada ni nadie se muera del todo y el Hijo de Dios
no podía ser una excepción. Vean las
pinturas de Valdés Leal en el Hospital de la Caridad y luego vayan a la Capilla de los Estudiantes
y vean el rostro del Cristo de la Buena
Muerte. ¿Con que muerte nos quedamos? ¿Con la humana y
demoledora que nos presenta la pintura de Valdés Leal o con la dulce y
conciliadora del Cristo de Juan de Mesa?
Todo se reduce a la esperanza de que la cancela no se nos cierre
definitivamente. Creer en la existencia del más allá para que ¡por fin! cobre
sentido el mas acá. La cancela y, lo más
importante, el depositario de la llave.
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