Llevas atado al pliegue de tu talle retazos de la eterna primavera.
Llegas desde la sombra de los fríos días invernales y nos muestras tu luz
crepuscular de radiantes amaneceres. Siempre serás el verdadero preámbulo de
los gozosos días que están por llegarnos.
Alargas los atardeceres para que la Plaza de San Lorenzo recupere la risa de los
juegos infantiles y el vuelo rasante de los vencejos. En tu honor las flores de
las macetas de ventanas y balcones se muestran sonrosadas y radiantes ante tu
presencia. Te escriben desde la distancia los buenos poetas y los malos lo
hacen en la cercanía amparados en tus veleidades de mujer hermosa. Tu color va atado al lazo de la trenza de una
niña y a la cuerda de la campanilla de un convento. Un santo carpintero nació
tu día diecinueve y otro, menos santo, talló una cruz para clavar al Hijo del
primero. Todo, al final, quedó resuelto en clave de carpintería. Los ancianos
suspiran aliviados ante tu presencia por la derrota del invierno. Los niños se
muestran alborozados con tu llegada que es la llegada de la luz más hermosa. Toca
con tu presencia el ir despojándose de un ropaje que nos ocultaba la piel como
las capas de una cebolla. Marzo, como todo lo bueno, siempre nos llega por la
cornisa del Aljarafe. Luminoso como pocos tienes tu “Talón de Aquiles” en quien
te sustituirá en las hojas del almanaque. Decir Abril en Sevilla es decirlo
casi todo. Pero nadie podrá nunca arrebatarte el placer de ponernos en los
preámbulos de la gloria. Tienes treinta y un días como treinta y un soles. Te
llaman Marzo y abrazarte siempre supuso abrazar a una Ciudad que,
afortunadamente, se resiste a ser como las demás. El calendario sentimental
atado al círculo mágico de los momentos vividos y por vivir. Marzo de luna clara.
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