lunes, 28 de septiembre de 2015

Cuatro siglos sevillanos





Se cumplen ya cuatro siglos, cuatrocientos años, desde que Juan Martínez Montañés le pidiera prestada al Sumo Hacedor su gubia divina para esculpir al Señor de la Pasión. Lleva, como el que si quiere la cosa, cuatro siglos entre nosotros. Tuvo un periplo por conventos e iglesias hasta desembocar, como los ríos hacen con la mar, en su sitio natural: la Iglesia Colegial del Divino Salvador. Allí, entre penumbras y luces multicolores que se cuelan por las vidrieras para rendirle pleitesía, se cierra el círculo perfecto: Salvador, Amor y Pasión. Sale a la calle, si el tiempo y el Meteorólogo Mayor –su Padre- lo permite, cuando el atardecer del Jueves Santo se va alejando por la cornisa del Aljarafe para dar entrada a la luz que, en la eterna madrugada sevillana, se presiente entre un Arco y un Puente. Cuentan que un arzobispo (Antonio Despuig) después de rezar largo tiempo a sus plantas dijo: “El único defecto que tiene es que solo le falta respirar”. Quien lo hizo dicen que cuando lo veía en la calle dudaba de que aquel  portento fuera obra suya. Camina despacio y encorvado por el peso de la cruz y su trono de plata es un santuario que lo eleva por entre la gente al cielo de la Ciudad. Lo ven pasar en profundo silencio como si pasara alguien cercano y misericordioso que a la par que marca su destino también lo hace con el de todos nosotros. Viéndolo el creyente reafirma su fe y el agnóstico duda de que como puede existir Pasión sin haber un Dios en los cielos. Nadie, ante su presencia, puede quedar indiferente. Se nutre del dolor ajeno y, a través de su rostro, lo devuelve reflexivo, hondo, bondadoso e interiorizado. Algunos quieren ver en su cara la huella de la mansedumbre cuando no es más que una manera franciscana y mercedaria de asumir con nobleza lo inevitable. Un día llevé a su Capilla a un amigo madrileño de sentires flamencos para que lo viera sin prisas en las distancias cortas.  Era un creyente en horas bajas (lamentablemente ya no está con nosotros) pero al salir me dijo algo que me conmovió: “Créeme querido amigo que ha sido una de las experiencias espirituales  y reflexivas más fuerte que he tenido nunca. Pasión lleva a Dios en la cara y a la vida en las manos”. Fran Silva, su Capiller, es quien mejor ha sabido expresar la grandeza de Pasión en imágenes. Pasa  tantas horas a su lado que ya no sabe quien de los dos hace clic en su máquina de fotos. Cuatro siglos de amor eterno entre una Ciudad que se ennoblece en sus tradiciones y una Imagen cumbre de la imaginería de todo el orbe cristiano. Cuatro siglos, cuatrocientos años de la llegada a Sevilla de Pasión. Llegó, para mayor gloria de la Ciudad, con la intención de quedarse para siempre entre nosotros. Ser sevillano/a y no verlo debía considerarse pecado. Es Pasión y recibe todos los días del año en su Capilla de la  Iglesia del Salvador.  Han pasado ya cuatrocientos años: cuatro siglos sevillanos.


Juan Luis Franco – Lunes Día 28 de Septiembre del 2015


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