lunes, 19 de octubre de 2015

Reloj detén tu camino





Bien cierto es que nunca llueve a gusto de todos y no lo es menos que también  las manecillas del reloj casi nunca nos dejan contentos.  Según las circunstancias unas veces avanzan a una velocidad de vértigo y otras a paso lento de tortuga.  Los campesinos de antaño sabían medir el tiempo sin llevar encadenado a sus muñecas un reloj de pulsera. Sabían leer sabiamente los cuatro elementos atados a la naturaleza: amanecida, mediodía, atardecer y madrugada. El trabajo en el campo marcaba las pautas a seguir. Una noche placentera de sueño profundo pasa en un santiamén y otra de pertinaz insomnio se hace eterna en el tiempo. Los minutos son los mismos en los relojes pero siempre avanzan según las circunstancia de cada uno.  La vida en definitiva está compuesta de momentos.  Unas veces gratos y otras ingratos que no dejan de ser el resultado de la ecuación espacio-tiempo. Solo los niños no necesitan medir el tiempo que marcan los relojes. Viven intensamente el presente asumiendo simple y llanamente las coordenadas que les marcan los adultos. Cuando son atendidos en todas sus necesidades son felices por no tener todavía el lastre del pasado ni padecer en sus conciencias la incertidumbre del futuro. Cuando en las primeras comuniones reciben como regalo un reloj de pulsera ya forman parte de la cadena de horas, minutos y segundos.  La vida siempre discurre enredada en los momentos. Uno para nacer, otro para morir y muchos para vivir. Un bolero tremendo y eterno que Roberto Cantoral creó en 1965 decía en su comienzo….”Reloj no marques las horas porque voy a enloquecer  / ella se irá para siempre cuando amanezca otra vez / no más nos queda esta noche para vivir nuestro amor / y tu tic tac me recuerda mi irremediable dolor”.  Un bolero que en la voz de Mina o Los Panchos alcanza su cima de amor-festina desesperado.  Es que cuando el Bolero, la Copla, el Tango argentino o el Fado tiran del desamor siempre aparecen los factores tiempo y espacio como elementos fundamentales.  Recuerdo en mi niñez cuando ayudaba a mi madre a amortajar muertos en el “Corral de vecinos” que las viudas se empeñaban en dejarles puestos a los difuntos sus relojes de pulsera. Afortunadamente siempre aparecía en escena una vecina pragmática que le decía: “Anda mujé quítale el reló que seguro que adonde va no necesita mirá la hora”.  Tiempo, espacio y momentos fraguados en un artilugio al que llaman reloj. Afortunadamente cuando se para no siempre lo hacemos nosotros también.  Un tic tac acompasado por los laberintos de la vida.


Juan Luis Franco – Lunes Día 19 de Octubre del 2015-09-28

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