“Dios mío que tranquiliá
está ardiendo la cocina
y no deja de guisá”
Todos tenemos un reducto sentimental que nos ata al ayer de la infancia
dorada y nos retrotrae a la ilusionada juventud. El mío para los restos de mis
días siempre será la Puerta
de la Carne. Un
enclave urbano que se duele en sus costuras sentimentales cuando nos llega
desde el Barrio de San Bernardo el Cristo de la Salud y la Virgen del Refugio y entran
victoriosos por la puerta de la
Judería sevillana: la Puerta de la Carne. Siempre, eternamente
siempre, alcanzando su máximo esplendor cuando la Candelaria nos llega desde los Jardines de Murillo exhausta de aromas de flores, con el fulgor
de las estrellas de la noche en su cara y luciendo un resplandeciente azul de
eterno cielo sevillano. Puerta antesala
del barrio de los judíos donde la tolerancia se hizo verdad en una Ciudad que
nunca puso pegas para amar y ser amada. Puerta de la Carne donde la Historia de Sevilla se
fragua entre un Matadero y una carta bajo la manga que siempre resulta ser el
“Tres de Oro”. Una Peña bética decana de
las peñas verdiblancas del mundo mundial y una forma de vivir donde el vecino
es familia y el amigo un hermano. Con un
Callejón, el de Dos Hermanas, donde entraban los burros con sus angarillas para
vender las cosas que la gente necesitaba para vivir. Lleva este Barrio en su
ADN una extraña y armoniosa mezcla entre casas señoriales y corrales de
vecinos. Uno nunca es hacia donde va sino de donde viene. Para mí la Puerta de la Carne se abre frente al
Puente de San Bernardo y se cierra en la Plaza de la Alfalfa. Paseo cada lunes por sus
calles buscando al niño que un día decidió dejarme para que me hiciera
hombre. La vida enredada entre el pasado
y el presente perdida por la calle del Verde que te quiero Verde. La Puerta de la Carne oliendo a pescaito
frito y a taberna antigua llamando a las puertas de nuestras emociones más
nobles.
Juan Luis Franco – Lunes Día
11 de Enero del 2016
Magnífico ese barrio, que atesora esa maravilla de Santa Maria la Blanca, deseando estoy poder escaparme para verla como la han dejado ahora. Y ojalá ese olor a pescaíto y a taberna antigua nunca lo abandone. Un abrazo.
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