lunes, 15 de febrero de 2016

Animal de costumbres





Decir que soy un animal de costumbres es decir una verdad que yo asumo sin complejos. Animal por no ser haber sido capaz de madurar a tiempo y en sus justos términos. De costumbres por ser en lo cotidiano donde encuentro mi razón de ser. Esta etapa de mi vida que presumo va a ser la última (esperando que sea larga) me está resultando bastante placentera y llena, eso si, de algunas contradicciones y carencias. Mis grandes amigos (juventud divino tesoro) hace tiempo que se me escaparon de las manos como el agua de la lluvia. Unos por pertenecer ya al Reino de los eternos ausentes y otros por estar atrapados en sus actuales circunstancias.  ¡Por fin! creo que empiezo a sentirme “cuajado” en lo político, lo social y lo cultural. ¡Ya era hora mangas verdes!  Salgo cada mañana a la calle con una serie de sensaciones, opiniones e impresiones con el ánimo de compartirlas y me vuelvo con la triste sensación de haber perdido el tiempo. ¿Petulancia? ¿Soberbia intelectual? Sinceramente creo que este no es el caso. No busco en mi condición de andarín mañanero aduladores ni tampoco gente que considere que la dialéctica consiste en llevarle la contraria a todo el mundo. Busco personas de mi generación que se expresen argumentando a través de la reflexión y el conocimiento de las cosas. No hay manera. Gracias a Dios todavía tengo la oportunidad de manifestarme por escrito que, a la corta y a la larga, es la manera más eficaz que siempre he encontrado.  Cada noche me “meto en el sobre” con la triste sensación de que, fuera de los libros y las películas, pocas cosas interesantes me ha reportado el día que se termina.  De tarde en tarde me tropiezo con alguien de la “vieja guardia” (gente con inquietudes, ilusiones y dispuesta a mirar por encima de su tejado) que me alegran el día.  Poder hablar con alguien de manera distendida e interesante de temas políticos, sociales, culturales o de Flamenco se me hace cada día más difícil de conseguir. Es lo que hay y tampoco es cuestión, como un Quijote de pacotilla, el intentar luchar contra los molinos de viento que mueven los figurones y los ignorantes.  La soledad del corredor de –sin- fondo.


Juan Luis Franco – Lunes Día 15 de Febrero del 2016



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