Ayer, domingo 8 de mayo,
cumplió mi nieta Lola cuatro años de
edad. Parece que fue ayer cuando mi propia hija me llamó desde el Hospital Macarena para decirme que ya
estaba este “diablillo rubio” en la Tierra de María Santísima. Mis nietos
representan el soporte más sólido donde se aferran mis ganas de vivir y mis
inquietudes por desarrollar. Un niño y una niña donde mi legado sentimental
cobra toda su vital importancia. Verlos cada semana y comprobar como van
cambiando se me representa como una experiencia cargada de emotividad y razones
sentimentales. Son sensaciones que uno experimenta desde la incertidumbre por
el futuro que les aguarda y la satisfacción de verlos crecer en armonía y
rodeado del cariño que todo niño necesita. Existen dos personas fundamentales
en mi armazón sentimental del pasado que son mi abuela paterna Teresa y mi abuelo materno Félix. Fue un corto periodo el que pude
ejercer de nieto pero representó para mí una experiencia inolvidable. En mi
presente ese armazón se consolida y refuerza con la llegada de mis nietos. Vivir
sin sembrar no es vivir es vegetar. Nada ni nadie son eternos y tan solo
aspiramos a ser recordados con cariño por los que confluimos -en espacio y
tiempo- dentro del mismo círculo sentimental. Un día tan solo seremos alguien
que sonríe en una foto pegada a un álbum de tapas azul o verde o tras el
cristal de un marco con los filos plateados. Ahí radica uno de los más grandes
fundamentos de nuestra Semana Santa:
unir pasado y futuro a través del presente. Mi “Chiqui” ya tiene cuatro años y su abuelo lo celebra con el inmenso
placer de que al final en la vida todo tiene y cobra sentido. Ser abuelo es
algo tan peculiar que tan solo lo pueden explicar aquellos/as que lo
experimentan. El círculo de la vida en pleno movimiento. Cumplir y descumplir
años montados entre los caballitos de cartón del ayer y las PlayStation de la era moderna. Cuatro
años de felicidad compartida.
Juan Luis Franco – Lunes Día 9 de Mayo del 2016
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