Estar jubilado y tener un nivel de salud física y mental aceptables es
una bendición de los cielos (que perdimos).
Empecé a trabajar con nómina antes de cumplir los catorce años de edad y
antes había ejercido de monaguillo y ayudaba a repartir pan a domicilio.
Siempre estuve al servicio de las circunstancias (las mías y las de los demás)
y una parte considerable de mi tiempo era esclavo de las obligaciones. Ahora,
¡por fin!, tengo mucho tiempo para emplearlo en mis aficiones y en una dulce y
hermosa cuota que reparto entre familiares y amigos. Soy libre pero sin que
exista menoscabo con la solidaridad y la bondad hacia aquellos que me rodean y
la necesitan. Nada de cuanto ocurre en el mundo me resulta ajeno y siempre,
eternamente siempre, los débiles y desfavorecidos me tendrán por compañero y
los poderosos como un adversario irreconciliable. Dedico las mañanas a dar
largos paseos sin rumbo fijo por los rincones de la Ciudad que me vieron nacer,
crecer, madurar y envejecer. Arranco dándole
los Buenos Días al “Jefe” que todos
los sevillanos/as tenemos en la Plaza de San Lorenzo y luego, después de
tomar un café reposado, navegó a lomos de mis zapatos por las calles sevillanas
que me resultan más reconocibles. Una vez de vuelta a la “Cueva” las tardes las dedico a leer, escuchar música, escribir o
ver cine. La televisión salvo en momentos puntuales no forma parte de mis
diarias inquietudes. Estoy paladeando a tope una nueva y, por imperativos de la
edad, corta vida. Soy plenamente consciente de que un día (espero que aún algo
lejano) no podré disfrutar de estos placeres cotidianos que le dan sentido a la
existencia humana. Todo natural, todo lógico y todo jodidamente humano. Mi fe
me ayuda a vivir en paz con Dios y los hombres y mis incertidumbres me ayudan a
pensar y a tener la mente activa. Lo
escribió Machado…. “y al volver la vista
atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”. Pues eso, por ahí
andamos cada día.
Juan Luis Franco – Viernes Día 10 de Junio del 2016
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