miércoles, 19 de octubre de 2016

El extraño caso de Gumersindo Perea


Justo es reconocer que Gumersindo Perea nunca fue fiel con su destino: nació tres semanas antes de lo previsto y falleció un mes antes de cumplir los 81 años de edad. La vida de Gumersindo siempre estuvo rodeada de un halo de misterio que las distintas ramas de la medicina nunca lograron descifrar: era inmune a cualquier tipo de traumatismo.  La primera vez que su familia detectó esta “anomalía” fue cuando tan solo contaba seis meses de vida. Se desprendió la barandilla de su cuna y Gumersindo se dio un costalazo de muy señor mío. Pues nada. Ningún moratón ni indicio que hiciera temer la fractura de alguno de sus huesecillos.  Su etapa escolar transcurrió entre buenas notas y caídas de toda índole.  Nada que hiciera trabajar a los especialistas de escayolas sanitarias. Ya en su etapa juvenil los distintos especialistas que lo vieron no conseguían aclarar cual sería la composición de aquellos irrompibles huesos. Lo tuvieron un mes ingresado en el Hospital Universitario de la Paz madrileño para, de manera pormenorizada, hacerle todo tipo de pruebas.  Todo inútil y todo enmarcado en la mayor de las incógnitas.  Gumersindo se dijo que no estaba dispuesto a ser un mono de feria y decidió vivir su vida con aquel “don” que le había proporcionado Dios o la Madre Naturaleza.  Hizo el Servicio Militar en Melilla y allí, durante unas maniobras, se cayó con un Land Rover por una empinada cuesta saliendo totalmente ileso. Desarrolló a lo largo de su vida distintas profesiones de alto riesgo pues quienes lo contrataban ya sabían de antemano que sería el empleado con menor porcentaje de bajas laborales.  Durante la etapa de los Spaghetti Western estuvo ocho años trabajando de especialista en Almería.  Allí rodó (por los suelos) más de un centenar de películas con títulos tan sugerentes como…”Voy, lo mato, echo la primitiva y vuelvo”. Su fama corrió como la pólvora y hasta su muerte en una Residencia de la Tercerá Edad en Sanlúcar la Mayor nunca lo abandonó.  Era conocido como “El Hombre de los huesos de oro”.  Los que asistieron a su incineración cuentan que la chimenea del Crematorio desprendía una nube de humo color gris opaco y con un importante olor a estaño fundido.  Dicen que dentro de las coronas que se apoyaban en el retablo cerámico de la Soledad de soledades había una del Departamento de Traumatología del Hospital Virgen del Rocío con la siguiente leyenda…”El personal sanitario del servicio nocturno de Traumatología agradecidos por hacernos las guardias más agradables”.  En definitiva: huesos duros de roer.





Juan Luis Franco – Miércoles Día 19 de Octubre del 2016





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