Justo es reconocer que Gumersindo
Perea nunca fue fiel con su destino: nació tres semanas antes de lo
previsto y falleció un mes antes de cumplir los 81 años de edad. La vida de Gumersindo
siempre estuvo rodeada de un halo de misterio que las distintas ramas de la
medicina nunca lograron descifrar: era inmune a cualquier tipo de
traumatismo. La primera vez que su
familia detectó esta “anomalía” fue
cuando tan solo contaba seis meses de vida. Se desprendió la barandilla de su
cuna y Gumersindo se dio un costalazo
de muy señor mío. Pues nada. Ningún moratón ni indicio que hiciera temer la
fractura de alguno de sus huesecillos.
Su etapa escolar transcurrió entre buenas notas y caídas de toda
índole. Nada que hiciera trabajar a los
especialistas de escayolas sanitarias. Ya en su etapa juvenil los distintos
especialistas que lo vieron no conseguían aclarar cual sería la composición de
aquellos irrompibles huesos. Lo tuvieron un mes ingresado en el Hospital Universitario de la Paz madrileño para, de
manera pormenorizada, hacerle todo tipo de pruebas. Todo inútil y todo enmarcado en la mayor de
las incógnitas. Gumersindo se dijo que no estaba dispuesto a ser un mono de feria y decidió vivir su vida
con aquel “don” que le había
proporcionado Dios o la Madre Naturaleza. Hizo el Servicio
Militar en Melilla y allí,
durante unas maniobras, se cayó con un Land
Rover por una empinada cuesta saliendo totalmente ileso. Desarrolló a lo
largo de su vida distintas profesiones de alto riesgo pues quienes lo
contrataban ya sabían de antemano que sería el empleado con menor porcentaje de
bajas laborales. Durante la etapa de los
Spaghetti Western estuvo ocho años
trabajando de especialista en Almería. Allí rodó (por los suelos) más de un centenar
de películas con títulos tan sugerentes como…”Voy, lo mato, echo la primitiva y vuelvo”. Su fama corrió como la
pólvora y hasta su muerte en una Residencia
de la Tercerá Edad
en Sanlúcar la Mayor
nunca lo abandonó. Era conocido como “El Hombre de los huesos de oro”. Los que asistieron a su incineración cuentan
que la chimenea del Crematorio
desprendía una nube de humo color gris opaco y con un importante olor a estaño
fundido. Dicen que dentro de las coronas
que se apoyaban en el retablo cerámico de la Soledad de soledades había una del Departamento de Traumatología del Hospital Virgen del Rocío con la
siguiente leyenda…”El personal sanitario
del servicio nocturno de Traumatología agradecidos
por hacernos las guardias más agradables”.
En definitiva: huesos duros de roer.
Juan Luis Franco – Miércoles Día 19 de Octubre del 2016
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