Cuando en el reloj de la Sacristía de San Bartolomé -epicentro de la Judería sevillana- dieron las doce de la noche terminaba, de manera definitiva, aquel infausto año 2020. Año de tribulaciones y desosiegos donde las sombras se impusieron rotundamente sobre las luces. Con los primeros albores del nuevo año el Señor de Sevilla (como pasó siempre) abrió sus brazos para que encontraran consuelo los vencidos por la pena. Un frío siberiano se apoderó sin contemplaciones de los cuerpos y almas de los moradores de la Ciudad. Aquí el frío siempre ha sido un molesto compañero de viaje. "Filomeno, a mi pesar" la excelente novela de Gonzalo Torrente Ballester adoptó su versión femenina más friolera. La Semana Santa, nuestra Semana Mayor, queda de nuevo pospuesta para años venideros. Tendremos, eso sí, un pase de pregoneros el Domingo de Pasión en el Teatro de la Maestranza. Por inventar que no quede. Vivimos el día a día enmascarados de celeste quirúrgico a salto de mata entre lo que nos dicen que hagamos, lo que hacemos y lo que deberíamos hacer. Recordamos a los caídos en la batalla con la música de Bach y el rostro mortecino de El Cachorro de Triana. Soñamos con los nuevos abrazos asumiendo que los no dados se perdieron para siempre. Somos almas errantes vagando esperanzados entre la Ciencia y la Fe. Nos agarramos con fuerza a la Ciudad para que Ella nos indique la salida del laberinto. Siempre lo hizo y siempre lo hará. La Ciudad y su laberinto.
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