La noche, esa antigua compañera de momentos lúdicos y existenciales, se nos presenta a ciertas edades como un espejo inmisericorde que nos refleja la verdad de lo que somos. Sobre lo que fuimos se nos muestra con una perenne nostalgia y sobre lo que seremos se abre una interrogante que, más pronto que tarde, el paso de los años se encargará de despejar. La Pandemia, con sus daños psicológicos colaterales, ha propiciado que lo de "dormir del tirón " se haya convertido en una quimera. Suelo fragmentar mis noches en dos o tres fases. Me desvelo y hasta que llega de nuevo el sueño me pongo a leer, oír la radio o simplemente escuchar música en los auriculares (la tele no la enciendo pues si lo hago actúa sobre mi cerebro como una dosis de cafeína). Observo que a las tres o las cuatro de la madrugada hay algunas terrazas y ventanas de mi entorno con las luces encendidas. Dormimos mal y siempre con la esperanza de que, más pronto que tarde, aparecerá en nuestras vidas la tranquilidad necesaria que nos permita gozar de un sueño reparador. El Sueño Eterno puede esperar a que hagamos primero las paces con Dios y los humanos. Cuando vuelvan de nuevo los besos y abrazos ya estaremos en disposición de abordar la noche con garantías de poder disfrutarla en su necesaria parsimonia. Unos lo harán en el exterior soñando junto a las estrellas y otros arropados en sabanas de hilo en noches de sueños reparadores. La noche siempre ha sido un confuso preámbulo que nos lleva hacia los luminosos amaneceres. La noche, ayer y hoy, en su permanente laberinto.
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