Guillermo Ciria Ruiz, Guillermo para su incondicional legión de amigos, es un sevillano de la calle Bailén cuya vida laboral -cuarenta años la contemplan- ha transcurrido en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Allí ha visto pasar la vida de esta Ciudad entre cuadros majestuosos y personajes y personas que de manera permanente se pasaban a contemplarlos. En su productiva actividad laboral ha hecho prácticamente de todo en este mágico recinto sevillano. Vigilante, guía y expendedor de entradas que nos llevan al Reino de Murillo. Siempre reconoció que sus debilidad es la Virgen de la Servilleta, obra cumbre del pintor sevillano. Nos recuerda que en sus múltiples tareas llegó hasta fregar, en pleno Enero, las columnas del patio con jabón verde. Siempre consideró al Museo como su segunda casa y siempre estuvo dispuesto en colaborar para darle brillo y esplendor a la segunda Pinacoteca española. Conozco a este Hermano de Las Penas de San Vicente desde hace ya muchos años. Vecinos de Barriada y cómplices permanentes de principios y sentires sevillanos. Es difícil, muy difícil, encontrar hoy día una persona tan firme, generosa, culta y desprendida como este Guillermo de modales renacentistas y porte aristocrático. Guillermo, en tiempos como los actuales donde los farsantes campan a sus anchas, es un antídoto contra la mentira y un claro ejemplo de hombre cabal entre los cabales. Posee la sabiduría filosófica y socarrona de los sevillanos profundos. Allí, donde se gestó la Hermandad de Pasión, queda para la eternidad su buen hacer y su paciente laboriosidad. Aquí se pueden invertir los términos: las obras quedan pero los hombres cabales también permanecen. Guillermo, Guillermo el del Museo.
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