La Judería sevillana se nutre en sus estrechas y mágicas callejas del paso de la Historia de una Ciudad, la nuestra, que siempre deja un halo de misterio entre lo pasado a través de la Historia y lo imaginado a través de la Leyenda. Por aquel entorno la calle Conde de Ybarra, Vidrio, Virgen de la Alegría, Verde (que te quiero verde) Céspedes, Levies o el Pasaje Zamora siempre nos llevan a la Casa Natal de don Miguel Mañara y a la Plaza de las Mercedarias. Esta zona, afortunadamente, está todavía libre del reflujo turístico que alivia considerablemente la Economía de la Ciudad pero que como contrapartida termina desvirtuando su idiosincrasia. Pasear por las calles de la Judería sevillana con visita obligada a la Iglesia de San Bartolomé y, fundamentalmente, a la de Santa María la Blanca es un ejercicio de búsqueda de nuestros orígenes judíos y sevillanos. En definitiva somos lo que determinan nuestras raíces y en ellas habita cuanto de nobleza anida en nuestros corazones. Para muchos de los que allí pasamos nuestra infancia y juventud la Judería sevillana representa nuestra particular Ítaca donde siempre terminamos por volver. La vida es ese carrusel que después de dar infinidad de vueltas siempre termina parándose en el punto de partida. No hay mayor verdad existencial que aquella que dimana y se fundamenta en nuestros orígenes. Si olvidamos de donde venimos difícilmente sabremos hacia donde vamos. La belleza de un árbol siempre estará en la frondosidad de sus ramas pero su consistencia y verdad está en sus raíces.
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