viernes, 6 de septiembre de 2024

Setenta años al amparo del Señor de Pasión


Buscaron a Dios en la penumbra 
Huyendo de la pena y el dolor 
Y encontraron la luz que más alumbra 
A los pies del que está en el Salvador


Setenta años. Ya son setenta años lo que dura mi relación sentimental-espiritual con el Señor de Pasión. En los anexos del altar del Cristo del Amor había un taller de bordado dirigido por mi tía-abuela Concepción Fernández del Toro. Cuando rondaba los nueve años de edad yo me pasaba por esas dependencias para llevarle o recoger algún encargo. Siempre mostré desde la niñez grandes dotes para los “mandaos”. Tenía las aptitudes que se precisan para ser un buen “mandaero”. A saber: ser rápido y eficaz; tener buena memoria; disponer del bendito don de la discreción y, a ser posible, no quedarse con el dinerillo de las vueltas. Entonces fue cuando apareció por primera vez en mi vida la portentosa imagen del Señor de Pasión. Cuando terminaba mis quehaceres y antes de marcharme de vuelta me sentaba un ratito en su capilla para verlo de cerca. Esta relación no solo se mantuvo a lo largo de los años sino que se incrementó con el discurrir del tiempo. Incluso en la etapa juvenil cuando la Fe se difumina entre la maleza de lo efímero siempre, contra viento y marea, supe hacer una bendita excepción con el Señor de Pasión. La enorme grandeza de la imagen de Pasión solo puede valorarse en toda su inmensidad mirándola con los ojos del alma. Es un sano ejercicio de introspección espiritual donde lo inevitable de la muerte se retroalimenta con la serenidad ante lo que va a acontecer. Aquí, en el Señor de Pasión, no existe la mansedumbre sino un ejercicio intelectual de no rendirse del todo ante el sufrimiento más atroz y perverso. Duele desde la belleza más extrema y consigue unir de manera admirable la ética con la estética. Quienes hayan visto a Pasión pasar por la calle Francos de recogida a su templo saben, a ciencia cierta, que es uno de los momentos cumbres de la magia espiritual de Sevilla. Setenta años bajo su amparo y protección con la Esperanza, siempre con la Esperanza, de que todo esto que llaman existencia humana haya merecido la pena. Siempre estuvo presente en mi vida y compartí con Él momentos de luces y sombras. Pasión es el silencio en la batalla y el violín que suena entre los escombros de la barbarie. Setenta, setenta años de fructífera convivencia sentimental. Yo se de siempre quién maneja mi barca por los senderos de la vida. El Señor de Pasión enhebra el hilo del tiempo sevillano bordando con letras de oro el manto de lo espiritual. El Dios divino con forma humana.

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