“Es tanta la claridad
quepor tu ventana sale
que dice la vecindad
ya está la luna en la calle”
Sentado intramuros de mi terraza veo pacientemente como la tarde va entregando su esplendor en los brazos de la noche de los tiempos. El cielo nos muestra una gama de pinceladas rosáceas, azules y grises verdaderamente sublimes. Resultaría casi imposible que el mejor de los pintores (Velázquez por ejemplo) pudiera plasmar en un lienzo tanta belleza. Son esos momentos de introspección en que los creyentes reafirman su Fe en Dios y los que no creen dudan de su incredulidad. Observo, en un parque infantil cercano, cuatro niños ejerciendo de niños en sus juegos infantiles. Hay tres madres sentadas en un banco hablando de sus cosas que siempre se enredan con el ayer y el mañana. Todos los que por distintos avatares de la vida han tenido que abandonar la Ciudad sueñan, de manera prioritaria, con sus cielos azules. Antonio Machado en sus últimos momentos existenciales dejó escrito: “Estos días azules y este sol de la infancia”. Un pequeño trozo de papel encontrado en un bolsillo de su raída chaqueta. Esta Ciudad nació para luz y en ella y con ella siempre estarán unidos los mágicos años de la niñez. Esta luz desprende tanta magia que hasta se hace visible en los grises días otoñales. Los temidos apagones “informáticos” los torea Sevilla por chicuelinas. La oscuridad total sabe que con Sevilla siempre tendrá la batalla perdida. Pepe Marchena (genio entre los genios del Flamenco) apuraba, en la Clínica Sagrado Corazón, sus últimos momentos en la Tierra de María Santísima. Isabel, su esposa y compañera, empezó a bajar las persianas de la habitación. El “Niño de Marchena” le dijo: “Isabelita miarma, no me dejes sin luz que me queda mucho tiempo que estar a oscuras”. Cuando la luz se convierte en tórrida no es por culpa de Sevilla, es por imperativos del Astro Sol que siempre tiene cuentas pendientes con nosotros. La primavera en Sevilla en un hermoso derroche de luz que consigue poner alegre a los tristes y que a los alegres se le salten los botones de las camisas. Aquí hasta los ciegos perciben la luz pues saben apreciarla en el aire que invade las calles y plazoletas. Los cielos de Sevilla que en sus enredaderas de balcones y ventanas se abren a la vida. Un palimpsesto de colores donde siempre manda el azul.
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