(A Eduardo Pérez, que con su ejemplo nos enseña a amar al Gran Poder y a Sevilla)
El pasado día 6 de abril del 2009, Lunes Santo por más señas, se me quedará grabado a sangre y fuego en aquel rincón del alma donde se almacenan y permanecen nuestros grandes momentos sentimentales y vivenciales. Eduardo Pérez López, uno de los grandes baluartes donde se sustenta la Hermandad del Gran Poder, me proporcionó la enorme posibilidad de permanecer diez minutos en la Gloria. Me cita, sin desvelarme el motivo, a media mañana en la Plaza de San Lorenzo. La semana anterior me comentó que iba a mostrarme algo que seguro me gustaría sobremanera. Allí lo veo en medio de una gran fila de pacientes devotos/as que esperan anhelantes el enfrentarse al Señor de Sevilla y despues de besar su mano pedirle socorro y sosiego (¿enfrentarse al Gran Poder?, que tonterias llega uno a escribir, como si esto fuera posible). Después de hacerle una señal en la distancia me acerco al enigmático encuentro con Eduardo. Me saluda con su afecto acostumbrado y me asombro una vez más con su porte aristocratico y sevillano. Impoluto en su vestir, se me representa una mezcla del cantaor Manuel Centeno y del torero Juan Belmonte. Parece escapado del escaparate de la extinta tienda de Izquierdo Benito. Configura en su persona lo mas exquisito de una generación de sevillanos de modales deslumbrantes y con un sentido del temple lamentablemente en vías de extinción. Con ellos se nos marchará una generación irrepetible de sevillanos seductores, filosóficos, filántropos, bondadosos y sabios. Para mí siempre representó, este asiduo visitante de Casa Coronado en la Puerta de la Carne, una caja de sorpresas. Sus gustos musicales van desde la música clásica a venerar a cuartetos como The Shadow. Lo mismo se emociona con Juanita Reina que con Ella Fitzgerald. Se extasia con el cante de Manolo Caracol o con cualquiera de los grandes del soul o del blues. En cada nueva conversación te descubre nuevas facetas de su personalidad y nunca deja de sorprenderte gratamente. Bueno, ¿y para que me había citado este genuino hermano del Gran Poder?. Pronto tendría la oportunidad de descubrirlo. Me agarra del brazo y me introduce por un lateral de la Basílica después de ir saludando a tirios y troyanos. Me deposita suavemente junto a la portentosa figura del Señor de Sevilla, y le dice a la señora que con un paño le limpia la mano gastada de tantos besos de ternura……”déjalo en tu lugar durante diez minutos”. Dicho y hecho. Y allí estaba el hijo de Rafael y Encarnación a escasos centímetros del Hijo de José y de María. Aquel al que los siglos han denominado, denomina y denominarán el Señor de Sevilla. ¡Diez minutos en la Gloria!.
Por allí pasó el pueblo en estado puro. Ayudé a personas mayores a arrodillarse. Cogí en mis brazos a niños de pocos meses y les puse sus frágiles cabecitas ante una mano tan dulce y misericordiosa. Todos le susurraban pidiendo –no para ellos- sino para alguno de los suyos. Pedían salud, trabajo, sosiego y amparo. Sabían –porque ellos son los máximos exponentes de la sabiduría popular- que estaban hablando cara a cara con el Hijo de Dios. Y en todas las súplicas siempre un denominador comun: el cariñoso tuteo. Le hablan al Gran Poder como a alguien muy cercano y familiar. Frases como:..”padre mío, tu que puedes, ayuda a mi hijo a encontrar trabajo”; “Señor Mío del Gran Poder ponme bueno a mi marío”……..
Todos sin excepción, hombres y mujeres, mayores y jóvenes le hablaban desde el afecto más cercano y rotundo. La anécdota que terminó de derrumbarme emocionalmente fue cuando se acercó una señora mayor (que Él me perdone por atreverme a romper este pacto de amorosa complicidad) que portaba un calcetín de deporte en su mano derecha. Me pide que por favor la ayude a ponerse de rodillas, que tiene un nieto a punto de perder una pierna por un accidente con la moto. Le ha cogido de su habitación la prenda que portaba, quería postrarla en el pié del Señor y que interceda por su curación. Ya sin solución de continuidad me rescatan de esta atalaya de amor sevillano y me devuelven al mundo de los mortales empapado de Fé y preso de la emoción con un dulce nudo en la garganta. Nunca podré olvidar este Lunes Santo del 2009, cuando mi amigo Eduardo López me hizo participe de estar diez minutos en la Gloria. Estuve flotando en esta nube de Fé sevillana con la sola compañía –nada más y nada menos- que del Cisquero y el Pueblo de esta Ciudad a la que amo tanto. ¡Que Él te guarde muchos años amigo Eduardo!.
El pasado día 6 de abril del 2009, Lunes Santo por más señas, se me quedará grabado a sangre y fuego en aquel rincón del alma donde se almacenan y permanecen nuestros grandes momentos sentimentales y vivenciales. Eduardo Pérez López, uno de los grandes baluartes donde se sustenta la Hermandad del Gran Poder, me proporcionó la enorme posibilidad de permanecer diez minutos en la Gloria. Me cita, sin desvelarme el motivo, a media mañana en la Plaza de San Lorenzo. La semana anterior me comentó que iba a mostrarme algo que seguro me gustaría sobremanera. Allí lo veo en medio de una gran fila de pacientes devotos/as que esperan anhelantes el enfrentarse al Señor de Sevilla y despues de besar su mano pedirle socorro y sosiego (¿enfrentarse al Gran Poder?, que tonterias llega uno a escribir, como si esto fuera posible). Después de hacerle una señal en la distancia me acerco al enigmático encuentro con Eduardo. Me saluda con su afecto acostumbrado y me asombro una vez más con su porte aristocratico y sevillano. Impoluto en su vestir, se me representa una mezcla del cantaor Manuel Centeno y del torero Juan Belmonte. Parece escapado del escaparate de la extinta tienda de Izquierdo Benito. Configura en su persona lo mas exquisito de una generación de sevillanos de modales deslumbrantes y con un sentido del temple lamentablemente en vías de extinción. Con ellos se nos marchará una generación irrepetible de sevillanos seductores, filosóficos, filántropos, bondadosos y sabios. Para mí siempre representó, este asiduo visitante de Casa Coronado en la Puerta de la Carne, una caja de sorpresas. Sus gustos musicales van desde la música clásica a venerar a cuartetos como The Shadow. Lo mismo se emociona con Juanita Reina que con Ella Fitzgerald. Se extasia con el cante de Manolo Caracol o con cualquiera de los grandes del soul o del blues. En cada nueva conversación te descubre nuevas facetas de su personalidad y nunca deja de sorprenderte gratamente. Bueno, ¿y para que me había citado este genuino hermano del Gran Poder?. Pronto tendría la oportunidad de descubrirlo. Me agarra del brazo y me introduce por un lateral de la Basílica después de ir saludando a tirios y troyanos. Me deposita suavemente junto a la portentosa figura del Señor de Sevilla, y le dice a la señora que con un paño le limpia la mano gastada de tantos besos de ternura……”déjalo en tu lugar durante diez minutos”. Dicho y hecho. Y allí estaba el hijo de Rafael y Encarnación a escasos centímetros del Hijo de José y de María. Aquel al que los siglos han denominado, denomina y denominarán el Señor de Sevilla. ¡Diez minutos en la Gloria!.
Por allí pasó el pueblo en estado puro. Ayudé a personas mayores a arrodillarse. Cogí en mis brazos a niños de pocos meses y les puse sus frágiles cabecitas ante una mano tan dulce y misericordiosa. Todos le susurraban pidiendo –no para ellos- sino para alguno de los suyos. Pedían salud, trabajo, sosiego y amparo. Sabían –porque ellos son los máximos exponentes de la sabiduría popular- que estaban hablando cara a cara con el Hijo de Dios. Y en todas las súplicas siempre un denominador comun: el cariñoso tuteo. Le hablan al Gran Poder como a alguien muy cercano y familiar. Frases como:..”padre mío, tu que puedes, ayuda a mi hijo a encontrar trabajo”; “Señor Mío del Gran Poder ponme bueno a mi marío”……..
Todos sin excepción, hombres y mujeres, mayores y jóvenes le hablaban desde el afecto más cercano y rotundo. La anécdota que terminó de derrumbarme emocionalmente fue cuando se acercó una señora mayor (que Él me perdone por atreverme a romper este pacto de amorosa complicidad) que portaba un calcetín de deporte en su mano derecha. Me pide que por favor la ayude a ponerse de rodillas, que tiene un nieto a punto de perder una pierna por un accidente con la moto. Le ha cogido de su habitación la prenda que portaba, quería postrarla en el pié del Señor y que interceda por su curación. Ya sin solución de continuidad me rescatan de esta atalaya de amor sevillano y me devuelven al mundo de los mortales empapado de Fé y preso de la emoción con un dulce nudo en la garganta. Nunca podré olvidar este Lunes Santo del 2009, cuando mi amigo Eduardo López me hizo participe de estar diez minutos en la Gloria. Estuve flotando en esta nube de Fé sevillana con la sola compañía –nada más y nada menos- que del Cisquero y el Pueblo de esta Ciudad a la que amo tanto. ¡Que Él te guarde muchos años amigo Eduardo!.
Las emociones que transmites cuando estuviste junto al Señor son conmovedoras. La definición que haces de mi amigo Eduardo es realmente gloriosa. Enhorabuena por disfrutar de esos instantes del pasado Lunes Santo y por tener a un amigo como Eduardo.
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