miércoles, 21 de octubre de 2009

La mirada en la cancela



Hace algún tiempo escribí un Toma de Horas (La Hora Crepuscular) dedicado al mundo de los ancianos que vivían –viven- en la Residencia Santa Genma en el Barrio sevillano del Porvenir. Estaba motivado por haber sido mi madre ingresada allí por mis hermanos –por cierto bendita la hora-, y al visitarla con frecuencia disponer de elementos de primera mano del discurrir de los días en tan singular sitio (la singularidad consiste en una convivencia que se produce entre personas ancianas residentes, y las gentes que los atienden que poseen una incipiente y deslumbrante juventud). Después de unos meses de acudir a la Residencia para estar con mi madre - lunes, miercoles y viernes- la experiencia no ha hecho más que rearfirmarme en las impresiones iniciales que desarrollaba en “La Hora Crepuscular”. Sinceramente, creo con toda firmeza, que sería difícil encontrar en Sevilla un personal con mayores dosis de profesionalidad y cariño que las que ofrecen en Santa Genma.

Con la curiosa circunstancia de que –y lo digo desde la atalaya de un hombre que pronto (D.m.) será abuelo- son gente que aparte de su juventud son guapas al sevillano modo. Es decir: el no va más de la hermosura femenina. Un día les comenté a dos de ellas si para entrar allí exigían con el curriculum un plus añadido de belleza. Ya son personas–en su conjunto- que forman parte de mi universo cotidiano. Tanto los residentes como el personal de la Residencia tienen para mí nombres familiares que te ofrece el trato cotidiano. En el magnífico bando de los/as que atienden están (si olvido alguno/a que me disculpe): Mari Loli, Jorge, Carmen, Pedro, Esther, Lola, María(2), Mari, Maribel, Merchi, Mercedes, Adriana, Eva….(verla barrer la zona ajardinada de la Residencia es todo un espectáculo). Entre los atendidos se encuentran: Pepe (2), María Jesús, Rosario (3), Ángeles, Rosa, Elvira, Encarna……. Todos/as con una historia a cuesta. Unos/as –los asistentes- por estrenarlas, otros/as –los asistidos- en los epilógos de las mismas. Los primeros/as con un –espero y deseo- espléndido futuro por delante. Los residentes, ya ebrios de sol y luna, varados en la última isla del Continente de la Vida. Viviendo el día a día impregnados/as con la ilusionante juventud que les rodea y atienden. Unos/as son conscientes de que el haber llegado hasta aquí es un signo inequívoco de que han vivido. Se muestran condescendientes con su situación, y en la Misa que allí se celebra mensualmente, pude comprobar que la inmensa mayoría pone su destino en manos de Dios a través de su fe. Quién cree desde la Esperanza, espera algo más que el balance de luces y sombras de cualquier existencia terrenal.

Luego están los otros residentes: aquellos que ya su mente determina que ni están ni se les espera. Viven sin recordar su pasado sentimental y poseen la dulce inocencia que tienen los niños de pocos años. No se acuerdan de lo que fueron y tampoco de lo que son, y esto conlleva que no acumulen en su memoria el dolor y el gozo de lo vivido.

Los observo desde la mayor de las ternuras y me commuevo con algunos de sus comentarios. Unos dentro de la racionalidad y la sabiduría que dan los años, y otros inmersos en el universo de los sueños y la quimera. Todos –sin excepción- son atendidos con suma profesionalidad y – lo más importante- con grandes muestras de afecto.

Sin embargo, existe un hecho singular que llamó mi atención desde el primer día. Os lo explico. La Residencia está ubicada en un chalet del Porvenir (barrio que junto al de Heliópolis se configuraron en Sevilla dentro de la expansión urbanística de la Exposición del 29). Concretamente está situada en la calle Brasil. Tiene una zona exterior ajardinada donde sacan a los residentes en época de bonanza climatológica. Hay una cancela en la entrada que se abre desde fuera con un cerrojo interior que se desplaza de izquierda a derecha. Pues bien: cuando los residente –todos- escuchan el ruido del cerrojazo y el presagio de que alguien llega desde el exterior, miran hacia la cancela con ansias de que el recien llegado sea un visitante de su cuerda familiar. Eso es lo que mas añoran: el calor de los suyos y, que lamentablemente debido a nuestros múltiples quehaceres se lo damos en pequeñas dosis.

La mirada en la cancela no es más que un canto de esperanza a que nadie pase –sin mirarlas siquiera- las hojas de su Libro de Familia. El mismo que escribieron con las lágrimas del sacrificio y la ternura, y que mojaron en la pluma del cariño más noble y desinteresado.

Cuando voy a visitar a mi madre y abro la cancela, ya hay al menos tres o cuatro ancianos/as que comentan henchidos de gozo compartido:…”Encarna, ya esta ahí su Juan Luis”. De eso se trata: de que estemos ahora allí. . Presentes y firmes junto al banderín de la solidaridaridad y el afecto. Mañana –ellos tienen un frágil mañana- ya será tarde para las lamentaciones. Que nuestra conciencia –esa que nunca perdona y siempre pasa factura- nunca nos diga: ¿porque ibas tan poco a visitar a tu padre/madre en la Residencia?. ¿Tan valioso e importante era tu tiempo que siempre los dejabas para el final?. En fin, que cada cual establezca su orden de prioridades afectivas como estime oportuno. La vida son momentos sentimentales a los que atrapar, y nos haremos un flaco favor a nosotros mismos si dejamos que se nos escapen. Mañana ya será tarde para lamentarnos.

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